RETRATOS DE MUJERES 367
cuanto ella desaparecía volvían a caer; y que ella misma, sin orden fijo, sin disciplina, sin tradición, levantada por el hálito ardiente de las catástrofes y no habiendo visto sino sus resplandores, perdió en seguida la huella del por- venir, y murió en una Crimea sin dejar nada, sin servir a nada, como copo de nieve llevado y traído por el aquilón, un relámpago y un grito más en el gran huracán,
El último límite en que se concibe a Madama de Krud- ner con todas sus facultades completas y en todo su des- arrollo, es en el final del siglo xvI y principios del XVII. Habría podido entonces como Santa Teresa y un poco más tarde como Madama Chantal, encontrar todavía apoyo en una de esas columnas subsistentes del gran edificio católi- co estremecido, habría abierto una vía monástica nueva en la línea indicada de las santas carreras. Habría tenido en sus momentos de vértigo y de obscurecimiento a estos sabios y seguros doctores de las almas, a un San Francis- co de Borja, a un venerable Pedro de Alcántara, a un San Francisco de Sales. Yo no le hubiese aconsejado venir más tarde, ni siquiera en el tiempo del venerable Fenelón, que acaso abundó demasiado en el mismo sentido que ella, y acaso acarició mucho la quimera. Mas en nuestros días, ¿qué es? ¿dónde están sus guías? Débil mujer en sus más bellos impulsos, vaso desbordado de amor, ¿en dónde aprendió su doctrina? Cañizo agitado por todos los vientos que luchaban entre sí ¿a quién pidió ella el «liento puro de la palabra? Buscó y no encontró a su lado ni siquiera la sombra de un Fenelón, y únicamente apóstoles a la ventura. Cuando la cercamos con preguntas, cuando se la interroga acerca de los medios, el objeto, la legítima tra- dición y el símbolo, vemos que se detiene. Su gran co- razón la abandona y se vuelve preguntando hacia M. Em- peytas. _
Para nosotros, que queremos mirarla como autora de una obra deliciosa, es completa, y el inacabamiento de su destino se convierte en un rasgo novelesco más. Puesto