MADAMA DE KRUDNER '
Cuando las producciones de las personas contemporá- neas nos inducen a estudiar su fisonomía y su carácter, nos complacemos en averiguar qué rasgos de edades prece- dentes dominan en ellas, y a qué momento pertenecen tan exactamente como el día en que vivieron. Este género de suposiciones tiene, sin forzarlo, su ventaja, pues ocurre lo que con los cuadros, que se los ve mejor a medida que nos alejamos, y cuando se les sube y baja hasta encon- trar la verdadera perspectiva. Si hemos encontrado que Madama de Souza, por ejemplo, perteneció al siglo XVIII, aun continuando en el nuestro, aun representando de cerca en su mejor matiz a la Restauración, no representaba me- nos, en una lejanía poética, por su vida, 10r sus páginas elegantes, por sus sentimientos apasionados seguidos de retrocesos cristianos, y por su muerte, algo de lo más con- movedor del siglo xvi. Hoy, al abordar a Madama de Krudner bajo la aureola mística, en su blancura nebulosa, en la vaga y dorada luz desde la que nos sonrie, nuestra
1 Como biografía, este pastel deja mucho que desear. Uno de nues- tros amigos a quielT se debe ya la Vida del célebre médico Tissot, prepara desde hace mucho tiempo una biografía completa de Madama de Krudner, en la que detalles íntimos y cartas originales no faltarán. Deseamos la pronta publicación (1844). — La Vida de Madama de Krudner por M. Eynard ha aparecido y nos da lugar a un artículo que rectifica y corrige éste. (Ver últimos retratos en el tomo).
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