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RETRATOS DE MUJERES 37

cabello; pero yo no he podido franquearle. ¡Ay! ¿Es pre- ciso que todo te lo diga? Ese libro que ves ahí (mostraba la Imitación de Cristo), ha hecho mis delicias; lo he leído noche y día. Dios me lo perdonará, así lo espero, pues que lo confieso sinceramente: en cada línea yo sustituía su nombre con el tuyo. Si, mi vocación, el objeto de mi vida, era sin duda amarte, y lo que me lo hace creer es que todo lo que yo he hecho para probártelo no excita en mi alma el más pequeño remordimiento.”

Hemos oído a algunas personas de recto juicio, repro- char a Mlle. de Lirón el ser en la segunda mitad de su historia diferente de la Mlle. Lirón de la primera; el ha- berse modificado, convertido en platónica y en cierta ma- nera espiritualizado, debido a su aneurisma; de tal ma- hera que no reconocemos en ella a la misma persona que amaba la pastelería con tanta gracia y que tuvo un amante. Este reproche no nos parece fundado. El cambio tan sen- sible operado en Mlle. de Lirón, a medida que leemos en su corazón y que su buena salud se altera, no es difícil de concebir, como no lo son los cambios ocurridos en otras mujeres a causa de una rápida invasión del amor. Los indiferentes exclaman con un aire de sorpresa: “¡A fe mía que nunca hubiera supuesto esto!” Y sin embargo, en la historia de Mlle. de Lirón, como en la vida actual, esto ocurre; esto, es preciso confesarlo, existe todos los días. Respecto a las circunstancias de la reincidencia y a la objeción de que había tenido ya otro aman'e, no son mayores obstáculos o, más bien, no los temeré, para de- clarar que es, creo, uno de los puntos mejor observados y que está más de acuerdo con la experiencia más refi- nada del corazón. Toda mujer organizada para amar, toda mujer no coqueta y capaz de concebir una pasión (hay pocas, sobre todo en Francia), es susceptible de un se- gundo amor, si el primero se inicia en ella siendo muy joven. El primer amor, el de los diez y ocho años, por ejemplo, suponiéndole tan ardiente y tan avasallador co-