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340 MADAMA DE LONGUEVILLE

Lemontey, en su ingenioso libro, pero seco y ligero, no repara en llamarla alma teatral y vana. ¿Quién se atre- vería, después de haber asistido como nosotros a su peni- tencia, llamarla de otra manera que pobre alma delicada y angustiada?

Nicole, ese talento tan delicado, y que la frecuentó tan- to tiempo, la ha juzgado muy bien. Siempre estuvo muy de acuerdo con ella. Ella encontraba que él tenía siempre razón en las pequeñas disputas de Port-Royal. Decía que una vez muerta ella, había perdido él muchas considera- ciones. “He perdido también —decía— mi abadía, pues ya no me llaman más el abat'» Nicole, sino simplemente M. Nicole”, En el tomo XII de las Obras de Moral y de Polí- tica, del abate de Saint-Pierre, se encuentra este testimonio particular sobre el espíritu y la calidad intelectual de Ma- dama de Longueville, que no era fácil suponer allí y cuya existencia es bastante extraña e interesante?!,

“Yo preguntaba un día a M. Nicole cuál era el carácter del espíritu de Madama de Longueville, y me dijo que tenía un talento muy sutil y delicado para conocer el ca- rácter de las personas; pero que su espíritu era muy peque- ño y débil y que era muy limitada en materia de ciencias y en todas aquellas cosas en que no obraba el sentimiento. Por ejemplo —añadíia—, le dije un día que yo podía apostar y demostrar que en París había dos personas que tenían igual número de cabellos, aunque yo no pudiese citar los nombres de ellas. Me dijo que yo no podía estar seguro hasta tanto que no los hubiese contado. He aquí mi de- mostración: Pongamog-que la cabeza mejor dotada tenga 200.000 cabellos y quel caveza peor adornada tenga uno solo. Si ahora supon s que 200.000 cabezas tienen un

es lo que Dios no exige. Podemos excedernos en la alabanza, pues encon- tramos algo nuestro cuando alabamos a los demás, y es preferible esperar ese gran día en que Dios afabe a cada cual según sus obras”. Esta carta de Monsieur Pontcháteau en su ingenuidad y su discreción es la más digna oración fúnebre,

? Suprimo la ortografía del abate de Saint-Pierre pues bastante álge- bra hay ya sin ella, .