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336 MADAMA DE LONGUEVILLE

Rin, echándose en un momento de valor temerario contra un grupo numeroso de enemigos que huían, y con él pe- recieron muchos gentileshombres. Era preciso decir esta desgracia a Madama de Longueville. Por-temor a parecer incompleto, repito aquí esta página inmortal:

“La señorita de Vertus, escribe Madama de Sévigné (20 junio 1672) había vuelto hacía dos días a Port-Royal, en donde está casi siempre, y fueron a buscarla con M. Arnauld para decirle esta terrible noticia. La señorita de Vertus no tenía sino que presentarse, pues su vuelta precipitada indicaba algo funesto. En efecto, en cuanto apareció: “¡Ay señorita! ¿Cómo está mi hermano? (el gran Conde)”. Los pensamient»s no se atrevieron a ir más lejos. “Señora, está bien de su herida”. — “¿Hubo un com- bate? ¿Y mi hijo?”

No le contestaron nada. — “¡Ay, señorita, mi hijo, mi querido niño, contestadme ¿ha muerto?”—“Señora, no ten- go palabras para contestarle”. — “¡Ay mi querido hijo! ¿Ha muerto en el campo de batalla? ¿No ha sobrevivido un solo momento? ¡Ay, Dios mío! ¡qué sacrificio!” Y des- pués cayó en el lecho presa del más vivo dolor, de convul- siones, de desvanecimientos, y tras un silencio mortal, se oyeron gritos ahogados, lágrimas amargas, lanzando al cie- lo sus tiernas quejas que movían a piedad. Vé a ciertas personas, toma algunos caldos porque Dios lo quiere, no tiene ningún reposo, y su salud está visiblemente alterada. Yo le deseo la muerte, comprendiendo que no podrá vivir de esta pérdida”.

Y siete días después, esta carta (27 de junio): “Por fin he visto a Madama de Longueville; la casualidad me puso al lado de su lecho. Me hizo acercar más, y ella fué quien habló primero, pues yo en estas ocasiones no sé hablar. Me dijo que no dudaba de que me apiadase de ella, que su desgracia era completa. Me habló de Madama de La Fayette y de M. de Hacqueville como de las dos per- sonas que la compadecerán más. Me habló de mi hijo y de la amistad que tenía con el suyo. Omito mis respues-