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334 MADAMA DE LONGUEVILLE

Por consejo de M. Singlin, Madama de Longueville se ocupó ante todo de dar limosnas y de las restituciones a las provincias saqueadas por su causa durante las gue- rras civiles. A la muerte de M. Singlin pasó bajo la direc- ción de M. de Saci, Cuando éste fué encerrado en la Bas- tilla, tuvo a M. Marcel, cerca de Saint-Jacques. Escribía muy asiduamente al santo obispo de Aleth (Pavillon) y seguía en todos sus puntos las respuestas como oráculos.

El duque de Longueville había muerto en mayo de 1663, y así pudo seguir en adelante con menos distracción la vía de penitencia que la reclamaba. Sólo las turba- ciones de la Iglesia en esta época la retenían aún. En sus años difíciles se mostró muy activa para Port-Royal. La revisión del Nuevo Testamento, llamado de Mons se acabó en las conferencias que tenían lugar en su casa. A partir de 1663, tuvo escondidos en su hotel a Arnauld, a Nicole y al doctor Lalane. Se cuentan algunas anécdotas bas- tante verosímiles que debieron disminuir las languideces de este retiro.

Arnauld un día fué ataci do de fiebre. La princesa hizo venir al médico Brayer a quien le recomendó que tuviese un cuidado especial de un gentilhombre que alojaba en su casa, pues Arnauld, con su gran espada y su peluca tenía todo el aspecto de un gentilhombre. Brayer sube, y des- pués de haberle tomado el pulso, comienza a hablar de un nuevo libro que ha hecho mucho ruido y que se atribuye a los señores de Port-Royal: “Los unos se lo atribuyen a Monsieur Arnauld y los otros a M. de Saci; pero yo no creo que sea de este último porque no escribe tan bien”. Ante estas palabras, Arnauld olvidando el papel que representaba y sacudiendo su amplia peluca exclama: “¿qué queréis de- cir, señor? Mi sobrino escribe mejor que yo”. Brayer bajó riendo y dijo a Madama de Longueville: “La enfermedad de vuestro gentilhombre no es importante. Sin embargo os aconsejo que no vea a nadie; es preciso no dejarle ha- blar”. Tal era en su ingenuidad el gran jefe de partido Arnauld.