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RETRATOS DE MUJERES 333

He copiado varias cartas manuscritas de Madama de Longueville, todas ellas llenas igualmente de escrúpulos y de turbaciones sobre alguna acción que ella cree de fuente humana, sobre algún pecado olvidado, sobre una absolu- ción recibida con conciencia dudosa *. Practicaba la peni- tencia y la mortificación por sus vigilancias continuas y las angustias, más que con cilicios.

los amantes no se aburran juntos es que hablan siempre de ellos mismos”, Yo me hago esta pregunta; ¿Si M. de La Rochefoucauld hubiese leído esta confesión de Madama de Longueville se habría emocionado? ¿Su opinión sobre ella habría cambiado? Podemos dudar, Habría pretendido seguir la misma naturaleza y persistir en las mismas trazas. “El orgullo es igual en todos los hombres —ha dicho—, y la diferencia sólo existe en los medios y en las maneras de ponerlo en juego”. Le faltaba un poco más de clarividencia para ver cómo cra él En esto estriba siempre la dificultad.

1 Son las mismas cartas que M. Cousin ha publicado recientemente en sus Fragmentos literarios (1843). Censtantemente hice uso de ellas para este retrato, pero nunca creí que la memoria de Madama de Longue- ville mereciese una publicación completa. M. Cousin obedeciendo a cierto impulso que muchas veces es un gran encanto en tan gran talento, ha pensado de distinta manera y no se ha ocultado para decirlo. JEl verbo de este maravilloso ingenio se sabe de qué lado se inclina, porque hunca es elocuente a medias. En un solo punto me permitirá que no le imite, y es cuando afirma que Madama de Longueville era un talento superior, templado en Madama de La Fayette. A pesar de nuestra deferencia a sus palabras y de nuestra admiración por sus bellas páginas, no podemos aceptar tal opinión. ¿Se puede juzgar la calidad del talento de estas dos mujeres por lo que se cita de Madama de Longueville en estos momentos de penitencia y por lo que apenas sabemos de Madama de La Fayette fuera de sus escritos literarios? Para juzgar a estas dos mujeres no se Puede tomar a la más sería en una noche de baile, y a la otra en un Viernes Santo. Si se tuviesen las confesiones de Madama de La Fayette a Du Guet, ya sería otra cosa. Pero no se puede sin contradecir todos los testimonioa del tiempo, no ver en Madama de La Fayette un espíritu enérgico, recto y delicado, y en Madama de Longueville un espíritu tierno, sutil, ploriose, interesante, pero no del mismo temple. Perdón por esta disputa, pero quiero que mi buena, mi prudente, mi juiciosa y seria Mada- ma de La Fayette quede en su lugar. Después de escrita esta nota, he aquí que en un muy picante trozo sobre Las Mujeres ilustres del siglo XVIL (ttevue des Deux Mondes, 15 enero 1844) M. Cousin vuelve con elocuencia y pasión a esta disputa. Esta vcz se extiende aún más y trata a M. de la Rochefoucauld de tal suerte que siento ganas de recoger 1 guante si hubiese derecho a ello y no hubiésemos dicho ya demasiado, Pero dejemos al lector agitar estos agradables debates que consuelan otros muchos, y agradezcamos a M, Cousin, tan ilustre maestro, el haberlos reavivado Pur su potencia. Y notado bien, es siempre el encanto de Madama de Longueville el que opera y el que nos hace rivales a los dos. ¿Es preciso, pues, decirlo? (1852). El duelo a la fuerza de prolongarse se separó de los términos de la cortesía, ¿No será que uno de los caballeros, sin duda creyéndose más favorecido, y también por haber tomado demasiado el aire de héroe de la Fronda, el aire de conquistador, no admite sombra de rivalidad?