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332 MADAMA DE LONGUEVILLE

se trata de lo que es mi ocupación presente. Y esto es lo que hace que unos me crean violenta e impulsiva, porque me vieron en mis pasiones o en mis pequeñas inclinaciones o deseos, y otros lenta, perezosa, casi muerta, si se puede usar esta palabra, porque no me han visto interesada por aquello que lo estuve para bien o para mal. También por esto me han definido como habiendo en mí dos personas de carácter opuesto, lo que ha hecho decir unas veces que era trapacera, y otras, que había cambiado de carácter, no siendo cierto ni lo uno ni lo otro, sino que dependía de la situación en que me hallase. Pues yo permanecía muerta como la muerte para todo aquello que no germinase en mi cerebro, y muy viva para todo lo que me interesase. Siempre tuve el diminutivo del carácter y me dejé domi- nar demasiado. Por todo esto abrí rápidamente la carta.”

De tal suerte prosigue y añade muchas confesiones acer- ca de sus repentinos cansancios, sus movilidades de carác- ter, sus bruscas sequedades para con las gentes si no ponía cuidado en evitarlas. Sorpreado sobre todo increíbles tes- timonios de este talento que no se ocupa sino en desen- marañar su propio laberinto *, Felice al acabar: “Aún he tenido un pensamiento sobre mí misma y consiste en que me agrada mucho, por amor propio, que me hayan orde- nado escribir esto, porque sobre todo me gusta ocuparme de mí misma y ocupar a los demás; y el amor propio es el que hace que prefiramos hablar de nosotros aunque sea mal, antes que no decir nada. Expongo este pensamiento y al exponerlo lo someto como todos los demás” 2,

1 Por ejemplo, en este pasaje, que escapa casi a fuerza de ser tenue al pensamiento. Se reprocha, al mismo tiempo que se condena el desear ver sus confesiones condenadas, y quiere descubrir por medio de esta provocación ensañada, si no se tiene de ella alguna buena opinión: “Me desfiguro en parte —dice—, para proporcionarme el placer de saber que creen algo bueno en mí, y es casi un artificio de mi amor propio y de mi Curiosidad mi interés en descubrirme defectuosa para saber ciertamente lo que piensan de mf, y satisfacer por este medio mi orgullo y mi curio- sidad”. Siempre el método del hotel de Ramboulillet, con el solo cambio de aplicación.

. % Monsieur de La Rochefoucauld habría tenido algún derecho a relvin- dicar este pensamiento como muy parecido a los suyos: “Lo que hace que