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326 MADAMA DE LONGUEVILLE

Abandonó a Burdeos por orden de la Corte, y avanzó hasta Montreuil-Bellay, dominio de su marido en Anjou, y desde allí hasta Moulins. En esta ciudad se alojó en el convento de Hijas de María y visitó la tumba del duque de Montmorency, su tío, cuya muerte trágica la había conmovido tanto a la edad de trece años, y que entonces, cuando salía de facciones civiles, le servía de provechosa lección. Su tía, viuda de M. de Montmorency era supe- riora de monasterio. Un ejemplo de tan casta y piadosa uniformidad, influyó más que nada en esta imaginación abúlica, en esta alma apenas fracasada y aún luchadora en el naufragio. Un día, en Moulins, escuchando una lec- tura piadosa, “se corrió (es ella quien habla) ante mis ojos la cortina; todos los encantos de la verdad reunidos en un solo objeto se presentaron ante mi espíritu; la fe, que había permanecido como muerta y enterrada bajo mis pasiones, se renovó; yo me encontraba como una per- sona que se desvierta después de haber soñado que era muy grande, dichosa, honrada y estimada de todo el mun- do y se ve cargada de cadenas, cubierta de llagas, abatide y prisionera, en un calabozo obscuro”. Después de una permanencia de diez meses en Moulins, fué a buscarla el duque de Longueville, quien la llevó con toda clase de miramientos a su gobierno de Normandía. Nuevas intentonas se añadían a las pasadas, y el menor anuncio de algún éxito del Príncipe, que se había aliado a los españoles y que en definitiva no obraba sino por la sugestión de su hermana, reavivaba los remordimientos de ésta, y prolongaba el equívoco de su situación relacio- nada con la Corte. En estos años se reconcilió con su her- mano el príncipe de Conti y se unió estrechamente con su cuñada la princesa, quien, sobrina de Mazarino, suplía su sangre sospechosa con sus altas virtudes. Estas tres per- sonas fueron émulos en las vías de la conversación. Sin embargo, Madama de Longueville no tenía orientación aún, y con su carácter y con su costumbre de no seguir