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RETRATOS DE MUJERES 35

amante habría ido a encerrarse en un claustro para rogar eternamente por el alma de su amada, él entra por grados en el mundo y encuentra medio con el tiempo de obe- decer a la que ha vuelto para amarle como una madre, y acaba de casarse para ser razonablemente dichoso. El caballero d'Aydie me satisface más. En él los dolores son de tal manera irremediables y a la vez fecundos, como los que a pesar de lo frágil de nuestra naturaleza y de negarlos la experiencia, nosotros nos obstinamos en con- cebir eternos, débiles, inconstantes, mediocres; nosotros mismos, queremos el sacrificio heroico de los seres que han inspirado grandes pasiones y que han sido causa de grandes infortunios; nos los imaginamos como fijos en esta tierra, en un estado de sublimidad a donde el im- pulso de su noble pasión los llevó. Pero no estábamos más que en su salida de Roma.

Cuando Ernesto, aprovechando su permiso, llega a Chamaliéres, encuentra al señor de Lirón muy decaído a consecuencia de un ataque y Mlle. Justina enferma desde hace cerca de un año. Quiere ocultar bajo su aspecto de indiferencia y de alegría sus temores por los dos. El nuevo estado de los dos amantes, el embarazo de ambos durante los primeros días, el tic-tac del reloj, que aun continúa colgado en el cuarto de ella, la cena de los dos en un solo plato *, esta segunda noche que pasan victoriosamente y que deja intacta y única la del 23 de junio, las razones por las que Mlle. de Lirón no quiere ser ni 'a mujer ni

1 Algunas personas han criticado esta comida de Ernesto y de Mile, de Lirón, Para mf, lo confieso, en esta comida muy frugal aunque ape- titosa, que una privación grande preside, no tiene nada de chocante, como me ocurre en la encantadora correspondencia de Diderot con cier- tas declaraciones sobre los quince malos días en los que Mile. de Voland paga un vasito de vino y una pata de perdiz que sobran; y tampoco es el caso epicúreo de Ninón vieja cuando escribe al viejo Saint Evremond :

  • '¡Qué envidia me causan los que van a Inglaterra y cómo deseo el placer

de comer una vez más con vos! ¿No es grosería el desear una comida? El espíritu tiene grandes ventajas sobre el cuerpo; sin embargo, el cuerpo suministra pequeños placeres que consuelan el alma en sus tris- tes pensamientos.” Aquí, en el téte-d-téte de los dos amantes, el sabor de realidad dado por el pequeño festín se aumenta por el sacrificio,