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322 MADAMA DE LONGUEVILLE

hizo que la política ocupase un segundo lugar, de heroína de un gran partido degeneró en aventurera”.

Así como en la Fronda se ve a Madama de Longueville superior en talento a Madama de Montbasón, a la señorita de Chevreuse y hasta a Mademoiselle, es inferior a su ami- ga la Princesa Palatina, verdadero genio, enérgica, pose- yendo el secreto de todos los partidos, dominándolos, acon- sejándolos con lealtad y sangre fría, no aventurera, pero si el hombre de Estado de la Fronda. “Yo no creo que la reina Isabel tuviese más capacidad para gobernar un Es- tado”, dice Retz.

¿Por qué Bossuet no ha elogiado a Madama de Longue- ville como ha hecho con esa otra princesa penitente, cuya oración fúnebre pronunció en la iglesia de las Carmelitas del Faubourg Saint-Jacques? M. el Príncipe, que le había pedido este elocuente oficio en memoria de la Palatina, no pensó, según parece, algunos años antes, en expresarle el mismo deseo para su hermana, ¿Juzgó demasiado impo- sible este cumplimiento en boca de tanta resonancia? Las dificultades, en efecto, eran grandes, pues la propia peni- tencia de Madama de Longueville había tenido algo de rebelde. Bossuet no habría podido decir en alta voz como de la Princesa Palatina: “Su fe no fué menos sencilla que ingenua. En los famosos asuntos que tantas veces turbaron su reposo, declaraba parcamente que no había lugar más que para la obediencia a la Iglesia”. Port-Royal hubiese sido un escollo más peligroso que la Fronda, y allá en el fondo se podría presentir vagamente a M. de La Rochefoucauld o a M. de Nemours, pero no a M. Singlin.

Sin embargo, ¡cómo unos trazos del poderoso orador habrían podido pintar en toda su graciosa majestad esta figura de alucinadora languidez, este carácter de ingenio- sa y seductora fragilidad, de una flaqueza más activa cuan- to más subyugada estaba! ¡Cómo habría quedado dibujada en el fondo de las tempestades y torbellinos civiles del que destacó a la otra princesa! Conocemos esta grandiosa pá-