320 MADAMA DE LONGUEVILLE
vez más a ella. Marsillac comienza a gobernar decidida- mente su corazón. Seguir la vida de Madama de Longue- ville en esta época, y en las rivalidades que comenzaban, en las intrigas, y poco después en la guerra de la Fronda, sería condenarse (cierto que muy agradablemente) a des- menuzar las Memorias del tiempo; sería querer enumerar todos los caprichos de un alma ambiciosa y tierna, en la que el corazón y el cerebro se engañan el uno al otro; sería pretender seguir paso a paso la espuma ligera y las ondas rizadas:
In vento es rapida scribere oportet aqua ?.
Limitémonos al carácter. La Rochefoucauld, que tuvo más que nadie cualidades para juzgarla, nos ha dicho, y repito aquí ese pasaje demasiado esencial en el retrato de Madama de Longueville ¡ara ser olvidado: “Esta prin- cesa tenía todas las ventajas del ingenio y de la belleza en tan alto grado, que parecía que la naturaleza se había complacido en hacer una obra perfecta en su persona; pero tan bellas cualidades eran menos brillantes, a causa de un defecto que no se ha visto en una persona de su mérito, y que consistía en que, bien lejos de imponer la ley a los que tenían una extraordinaria adoración por ella, se transformaba a los sentimientos de ellos y olvidaba los suyos propios”.
La Rochefoucauld no puede quejarse de este defecto, puesto que él debía guiarla. El amor fué lo que despertó en ella la ambición, pero la despertó tan pronto que se confundió con él.
¡Singular contradicción! A medida que se examina la política de Madama de Longueville, más se confunde con su capricho amoroso, pero si se hace la disección de este
1 Cuatro libros de Memorias bien leídos bastan; Retz, La Rochefou- cauld, Madama de Motteville y Madamia de Nemours,