316 MADAMA DE LONGUEVILLE
ella y su hermano no pensaban sino en brillar en las con- versaciones galantes y humorísticas, y en comentar hasta perderse de vista por las sutilezas, las delicadezas del cora- zón. Para ellos no había gente honrada sino a este precio. Todo lo que era conversación seria, para ellos era grosero y vulgar. Era una resolución y un empeño de ser distin- guido, como se decía sesenta años más tarde; ser superior, como se dice hoy, y precioso, como se decía entonces.
La señorita de Borbón tenía veintitrés años (1642) cuando se casó con el duque de Longueville que tenía cua- renta y siete, viudo de una princesa de más virtud que talento, que he mostrado muy ligada a las Madres de Port- Royal durante la época llariada del Instituto del Santo Sacramento y en el tiempo de M. Zamet. Tenía una hija de diez y siete años, que antes de ser duquesa de Nemours permaneció mucho tiempo al lado de su joven madrástra, observó todos sus extravíos, y finalmente, en sus Memo- rias, no la disculpó de ninguno.
El duque de Longueville podía pasar por el más gran señor de Francia; pero no descendía sino de una línea des- pués de príncipes, y esto era descender un poco para la señorita de Borbón. Su padre M. el Príncipe la obligó a este matrimonio y ella había obedecido. Desde los prime- ros tiempos un gran esplendor vino a adular su pasión de gloria, y a la vez, a abrir campo a las vanidades de su corazón.
Monsieur de Longueville, además de la desproporción de edades, tenía en contra suya el parecer que amaba a Ma- dama de Montbason, y las dos rivales no tardaron en odiar- se. Un día que había reunión en casa de Madama de Mont- bason, alguien recogió una carta perdida y sin firma, pero que estaba escrita por la mano de una mujer que amaba tiernamente a uno. Se leyó y releyó la carta, tratando de adivinar, v se convino en que la autora era la duquesa de Longueville, y que seguramente había caído del bolsillo del conde de Coligny que acababa de salir. Parece que
