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34 MADEMOISFELLE DE LIRÓN

aquí bien a mi Cecilia; ¡si no la reconocéis al encontrarla en la calle, la culpa será vuestra!” Ahí, todo lo que Mlle, de Lirón tiene de hermoso por su blancura, Cecilia lo tiene por tez morena; lo que la una tiene de común con las mu- jeres del Cantal, la otra lo tiene con los muchachos de Sa- boya; el cuello visiblemente engordado de Cecilia es lo que da carácter de realidad a la descripción, como el ser un poco gruesa añade un rasgo característico al retrato de Mille. de Lirón.

Porque no se nos aparecen poetizadas como Laura 0 como Medora, no son menos adorables las dos, y nos esti- inaríamos menos afortunados si consiguiéramos enamo- rarlas o poseer a una de las dos, no importa cuál.

Pero, en todo esto, ha pasado un año. Ernesto, secre- tario de la Embajada de Roma, ha recibido orden de regre- sar; marcha mañana a París 3 de allí corre a Chamaliéres. Cornelia es una bella y joven condesa romana que está enamorada de Ernesto. Ernesto le ha confesado lealmente gue no podía concederle su corazón, pero Cornelia no ha dejado de amarle. No es un héroe de novela, Ernesto; le hemos conocido adolescente, vivo, impetuoso, de fisono- mía espiritual, ni guapo ni feo; ha llegado a ser hombre, dedicado a los negocios públicos, moderadamente asequi- ble a las distracciones de la vida, fiel a su querida y tierna Justina, pero no insensible para con Cornelia. Ernesto es un hombre tan distinguido como amable: Mille. de Li- rón ha querido hacerle así y lo ha conseguido. En algunos momentos, sobre todo más tarde, yo querría que fuese otro; no lo querría tan abnegado, tan sumiso, tan apegado a la almohada de su amiga moribunda. Ernesto en todo eso es perfecto, su delicadeza impresiona, merece que ella le diga llorando, apretándole una mano: “¡Oh, tú entien- des este lenguaje, tú sabes amar!” Ernesto es perfecto, pero no es ideal; mas después de este amargo y religio- so dolor de una amiga muerta por él, muerta entre sus brazos; después de esta santificadora agonía en que otro