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RETRATOS DE MUJERES 315

debía asistir la señorita de Borbón para obedecer a su ma- dre, en el convento de las Carmelitas tuvo lugar un gran consejo. Se decidió, para conciliar todo antes de afrontar el peligro, que pondría bajo el vestido una pequeña coraza llamada cilicio. Hecho esto, se creyó haberlo previsto todo, y la señorita de Borbón no se ocupó más que de aparecer bella. Apenas había éntrado en el baile, se oyó un mur- mullo general de admiración y de alabanzas; su sonrisa, de la que su madre había dudado un instante, no se apagó más. ¡Delicioso estrago! En aquel instante el cilicio perdió su virtud y desde aquel día, las buenas Carmelitas no tu- vieron razón nunca más,

No obstante, en algunos instantes pensó en ellas, y en medio de sus grandes disipaciones mantenía correspon- dencia. Les escribía en ocasión de cada asalto y de ca- da dolor, y al final se dividió entre ellas y Port-Royal. Cuando murió estaba con las Carmelitas del Faubourg Saint-Jacques, y también se encontraba allí cuando entró Madama de La Valliére, contándose que entre los asisten- tes a la ceremonia, fué la que llamó más la atención por la abundancia de sus lágrimas. La vida de Madama de Longueville tiene sus simetrías armónicas, acuerdos y re- trocesos que la hacen fácilmente poética, y q te, a pesar de todo, arrebatan la imaginación. He omitido decir que había nacido en el castillo de Vincennes, durante la prisión del príncipe de Condé, su padre (1619), en ese Vincennes donde su hermano el Gran Condé, cautivo, cultivara un día los claveles, en ese Vincennes de San Luis, destinado a llevar en la fachada la salpicadura de la sangre del último Condé. .

Frecuentó mucho, con el duque de Enghien, el hotel de Rambouillet, entonces en sus comienzos, y se conservaron cartas de M. Godeau, obispo de Grasse, a ella, que están llenas de mirto y de rosas. Esto tuvo una gran influencia sobre ella, y aún arrepentida se resiente siempre de sus afectos, En esta época y antes que la política la ocupase,