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RETRATOS DE MUJERES 299

el párrafo que le era menos agradable. El primer periódico literario no hacía más que tres meses que había aparecido, y ya entonces cada cual se arreglaba su artículo. Al per- feccionarse los periódicos, el abate Prevost y Wálter Scott escribieron los suyos desde el principio hasta el fin.

La parte que Madama de Sablé tiene en la composi- ción de las Máximas, el papel de amiga del moralista y un poco literario que desempeñó durante estos años cerca del autor, daría lugar a hablar de ella ahondando más, si no fuese con relación a Port-Royal, como nos conviene más estudiarla. Era un talento encantador, coqueto pero sólido; mujer extraordinaria a pesar de sus ridiculeces, a quien Arnould enviaba el Discurso manuscrito de la Lógica diciéndole: “Unicamente personas como vos son las que queremos tener como jueces”, y a quien casi al mismo tiempo M. de La Rochefoucauld escribía: “Sabéis que no creo en vos en ciertos capítulos, sobre todo en los replie- gues del corazón”. Ella es el lazo de unión entre La Ro- chefoucauld y Nicole.

Solamente diré dos palabras acerca de sus Máximas, puesto que están impresas y que pueden servirnos para medir lo que deben a las de su ilustre amigo. Fué su con- sejera, pero no otra cosa, y La Rochefoucauld «s el autor de su obra entera. En los ochenta y un pensamientos que he leído firmados por Madama de Sablé, apenas podría citar uno que tenga relieve y belleza. El fondo es de moral cristiana o de pura cortesía y usos mundanos; mas la for- ma, sobre todo, es defectuosa, se alarga, se arrastra, y nada queda grabado. La simple comparación hace comprender mejor hasta qué punto (si no, no se piensa apenas en ello) La Rochefoucauld era un escritor.

Madama de La Fayette, de quien nos hemos ocupado poco en la vida de M. de La Rochefoucauld, interviene de una manera íntima poco después de publicadas las Máximas, y se dedica a corregirlas, en cierto modo, en su

-corazón. Sus dos existencias, desde entonces, no se sepa-