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294 M. DE LA RocHEFOUCAULD

Las Máximas de La Rochefoucauld no contradicen en nada el Cristianismo, aun cuando no hacen ningún caso de él. Vauvenargues, más generoso, es mucho mayor ene- migo, aun en el momento en que no habla del Cristianismo. El hombre de La Rochefoucauld es el hombre frascado; si no como lo entienden Francisco de Sales y Fenelón, sí como lo estiman Pascal, Du Guet y Saint-Cyran. Quitad a la moral jansenista la reducción, y tendréis a La Rochefou- cauld. Si parece que olvida el rey desterrado que Pascal pondera, y los restos de la diadema, ¿qué es, pues, ese insaciable orgullo que demuestra, y quien de grado o por fuerza quiere ser el único soberano? Mas él se limita a sonreír, y no basta —dice Vinet— con mortificar; es pre- ciso ser útil. La desgracia de ¿La Rochefoucauld consiste en creer que los hombres no se corrigen: “Se dan conse- jos —dice— pero no se puede ser guía de una conducta”. Cuando se pensó en buscar un preceptor para el Delfín se acordaron un momento de él, y me cuesta trabajo creer que M. de Montausier, menos amable y más doctoral, no fuese más a propósito.

Las reflexiones morales de La Rochefoucauld parecen verdaderas, exageradas o falsas, según el humor y el esta- do de aquel que las lee. Pueden muy bien gustar a cual- quiera que haya tenido una Fronda y, recibido un disparo en los ojos. El célibe amargado será un adepto. El hombre dichoso y honrado unido a la vida por lazos sagrados y discretos, para no encontrarlas odiosas, tiene necesidad de no aceptarlas sin interpretarlas. Qué importa, si hoy yo he parecido creer en ellas, mañana, o esta noche, la sola vista de una familia excelente y unida me hará olvidarlas.

Jornadas de septiembre de 1792, y asesinado por el populacho detrás del coche en que iban su madre y su mujer, las cuales podían ofr sus gritos, Un filósofo de muestros días, que sí no se contiene concibe con más vivacidad que razona con exactitud, ha creído encontrar en todo esto pretexto para vituperar las Máximas, y exclama: dmirables represalias ejercidas por el nteto contra los escritos del abuelo!” Yo no veo nada de admirable y, si ellas probasen algo, sería que, en definitiva, el abuelo no se equivocaba mucho al juzgar a los hombres como los juzgó.