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RETRATOS DE MUJERES 289

cesidad de hablarle oficialmente delante de un círculo de seis o siete personas, los ánimos le habrían faltado. El temor a la solemne arenga le impidió siempre ser de la Academia Francesa. Nicole era así, y no habría podido predicar ni sostener una tesis. Una de las características del moralista está en la observación a hurtadillas y en el arte que si hubiese tenido necesidad de vivir predicando, no habría podido. ¡Cómo se comprende esto en moralistas como La Rochefoucauld, Nicole y La Bruyére! Las Máxi- mas pertenecen a ese género de cosas que no enseñan nada, y recitarlas delante de seis personas es ya dema- siado. No se concede al autor sino que únicamente obraba con el cerebro. Cuando se quiere al hombre completo, nos acordamos más bien de Juan Jacobo o de Lamennais !. Las Reflexiones o Sentencias y Máximas morales apa- recieron en 1665. Habían pasado doce años desde aquella vida aventurera y el disparo fué su última desgracia. En el intervalo, había escrito sus memorias que una indis- creción había divulgado (1662), a las que opuso una de esas negativas que no prueban nada. Una copia de las Má- ximas se descubrió también y fué impresa en Holanda. Y

1 Monsieur de La Rochefoucauld no desconocía, aunque bajo otros nombres, esta diferencia. Segrais, en sus Memorias, cuenta lo siguiente: "M. de La Rochefoucauld era un hombre muy bien educado, qu: sabía guar- dar todas las conveniencias y, sobre todo, que no se alababa jamás. M. de Roquelaure y M. de Miossens, que tenían un gran partido, tenían mucho ta- lento, pero se alababan incesantemente. M. de La Rochefoucauld, hablando de ellos, decía, sin que estos fuesen realmente sus pensamientos: “Me arre- piento de la ley que me impone de no alabarme, pues si lo hubiese hecho tendría más partidarios. Ved a M. de Roquelaure y M. de Miossens, que delante de veinte personas se adulan constantemente. De los que le escu- chan tres solamente no pueden sufrirles, pero los diez y siete restantes les aplauden y los miran como a gentes superiores a ellos, Si Roquelaure y Miossens hubiesen unido el elogio de los. que le escuchan a los suyos propios, el resultado aún nabría sido mejor”, En un gobierno constitu- cional, en el que es preciso alabarse a sí mismo en alta voz (se tienen ejemplos de esto) y alabar a la vez a la mayoría de los asistentes, se ve que M. de La Rochefoucauld no habría podido ser otra cosa que un moralista. Todavía añadiría esta nota escrita después, pero que viene a ser lo mísmo que lo que precede: “Hablaba hasta encantar delante de cuatro o cinco personas; pero cuando se convertía en un círculo, y mucho más en auditorio, ya no podía hablar. Tenía gran miedo a lo ridículo y lo veía allf donde otros menos delicados no lo vefan. Así se creaba obstáculos sobre los que otros habían saltado a pie juntillas”.