RETRATOS DE MUJERES 283
llaman enamorado lo haya estado nunca”. El mismo, se- gún Segrais, decía que no había encontrado el amor más que en las novelas. Si es verdad la máxima: “No hay más que una clase de amor, pero hay diferentes copias”, el de Monsieur de La Rochefoucauld y Madama de Longueville podía ser muy bien, en efecto, una de esas mejores copias. Marsillac, cuando se unió con Madama de Longueville, que- ría ante todo vengarse del olvido en que le habían dejado, y la juzgó buena para sus deseos. El nos cuenta cómo habló de ella con Miossens*, que había sido su antecesor en sus amores: “Tuve motivos para creer que podría hacer un uso más considerable que Miossens de la amistad y de la confianza de Madama de Longueville, y así se lo hice reconocer. El sabía mi estado en la corte; le dije mis proyectos; pero mi consideración hacia él me haría abste- ner siempre y que no intentaría nada cerca de Madama de Longueville si no me daba antes su consentimiento. Confieso que con intención le predispuse contra ella para obtener esta libertad que deseaba, sin que, no obstante, le dijese nada que no fuese verdad ?. Me concedió el per- miso, pero luego le vino el arrepentimiento”. Sin duda también existía el atractivo y ayudaban el deseo y la imaginación. M. de La Rochefoucauld amaba las bellas pasiones y las creía propias de un hombre honrado. ¡Qué intención más bella para interesarse! Pero todo esto, por lo menos en su origen, ¿no era una resolución premedi- tada? OS
Por lo que toca a Madama de Longueville no habría menos a reflexionar y a distinguir. No hay temor de su- tilizar con ella el sentimiento, puesto que ella era más que sutil. En devoción, tenemos por Port-Royal sus exá- menes secretos de conciencia y vemos que los refinamien- tos y los escrúpulos exceden a toda idea. En amor, en
2 Después mariscal de Albret, 2 ¿No admiran ustedes la franqueza? Durante La Fronda, el remo- quete de La Rochefoucauld, era “El camarada franqueza”.
