282 M. DE LA ROCHEFOUCAULD
cuando su unión con Madama de Longueville, y treinta y cinco cuando su comunión con la Fronda, no llegó a esto sino desengañado, agriado, y para no ocultar nada, muy pervertido. Y esto sin excusarlo explica mejor la con- ducta detestable que observó. Se le ve malvado desde el principio. No se oculta de los motivos que le impulsa- ron: “Yo no titubeaba —dice—, y sentía un gran placer viendo que cualquiera que fuese el estado a que me hu- biesen reducido la severidad de la reina y el odio del cardenal (Mazarino), siempre me quedaban medios para vengarme de ellos”. Mal pagado de su primera abnegación, se había prometido que no le ocurriría de nuevo.
La Fronda es, pues, el segundo período de la vida de Monsieur de La Rochefoucauld. El tercero comprende los diez o doce años siguientes, durante los cuales se rehizo co- mo pudo de las heridas físicas y se vengó, se divirtió, y se volvió hacia la moral en sus Máximas. La íntima unión con Madama de La Fayette, que le consoló verdadera- mente, no vino hasta casi después.
Se podría dar a cada uno de los cuatro periodos de la vida de M. de La Rochefoucauld el nombre de una mujer, como Herodoto da a cada uno de sus libros el nom- bre de una musa. Estas podrían ser Madama de Chevreu- se, Madama de Longueville, Madama de Sablé y Madama de La Fayette. Las dos primeras, heroínas de la intriga y de la novela, la tercera, amiga, novelista y confidente, la última, tornando sin quererlo, a la heroína por una ternura atemperada por la sabia razón, separando, mez- clando los matices y haciéndoles encantadores como en un último rayo de sol.
Madama de Longueville fué la pasión deslumbradora; ¿fué una sincera pasión? Madama de Sévigné escribía a su hija el 7 de octubre de 1676: “Cuanto a M. de La Ro- chefoucauld iba como un niño a volver a ver Verteuil y los sitios en donde ha cazado tan a su placer, y no digo en donde estuvo enamorado, pues yo no creo que lo que