RETRATOS DE MUJERES 281
con la propia Madama de Chevreuse, y al emprender el camino de la abnegación y del sacrificio, volvía sin darse cuenta la espalda a la fortuna. Se indisponía con el rey, irritaba al cardenal, mas ¿qué importaba?; la suerte de Chalais y de Montmorency, de estos ilustres decapitados parecía ser el atractivo de su juego. En cierta ocasión (en 1637, cuando tenía veintitrés o veinticuatro años), la reina perseguida “abandonada de todo el mundo —dice la Ro- chefoucauld—, y no atreviéndose a confiarse a nadie más que a la señorita d'Hautefort y a mí, me propuso que las robase a las dos y me las llevase a Bruselas. Aunque en tal proyecto vi dificultades y peligros, puedo decir que nun- ca tuve más alegría en mi vida. Y estaba en esa edad en la que nos gusta hacer cosas extraordinarias y de mucho ruido, y no encontraba nada mejor que robar la reina al rey su marido y al cardenal de Richelieu, que era celoso, y quitar la señorita d'Hautefort al rey que estaba enamo- rado”. Todas estas fabulosas intrigas acabaron para él cuando la fuga de Madama de Chevreuse, con ocho días en la Bastilla y un destierro de tres años en Verteuil (1639- 1642). Esto era un arreglo de cuentas bastante bueno tra- tándose de Richelieu, y este destierro un poco aburrido era aún más agradable, según su propia dec'aración, con las dulzuras de la familia *, los placeres del campo y, so- bre todo, las esperanzas de un reinado próximo, en el que la reina le pagaría sus fieles servicios.
Esta parte primera de las Memorias era esencial, se- gún me parece, para esclarecer las Máximas, y para me- dir toda la altura de que cayó el ambicioso caballero para convertirse en moralista. Las Máximas fueron la revan- cha de la novela.
Resulta de este primer período mejor conocido, que Marsillac, que tenía treinta y tres años bien cumplidos
1 Se habla casado muy Joven con la Señorita de Vivonne, de la que zo entro nada en relación con él, sino que tuvo cinco hijos y cin-