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M. DE LA ROCHEFOUCAULD *

Es preciso saber evocar el espíritu y el fruto de su época. Hay un momento en la vida en el que La Roche- foucauld gusta más, y en el que parece más allegado a la verdad que lo que en realidad es. Los desengaños del entusiasmo nos llevan al cansancio. Madama de Sévigné decía que seria muy bonito ver una habitación tapizada con reversos de cartas. En su imprudencia no ve más que lo punzante y lo divertido. El hecho es que en un cierto día, todas esas bellas damas de corazón, esos nobles y caballerescos valetes de carreau ?, con los que jugábamos tan franco juego, cambian de dirección. Se habían dormido creyendo en Héctor, en Berta o en Lancelot, y se des- piertan en esa habitación de que nos habla Madama de Sévigné, no descubriendo en ella por todas partes sino el anverso. Buscan en su escritorio el libro de la víspera que era Elvira o Lamartine, y encuentran en su lugar a La Rochefoucauld. Abrámosle, pues consuela a fuerza de

1 Nos ha parecido que no se podía separar a M. de La Rochefoucauld de las mujeres que tan gran lugar ocuparon en su vida. Al incluirlo por excepción en este volumen dedicado a nuestras glorias femeninas, no que- remos dar ocasión a que piensen que su éxito fué éxito de mujeres, como de cuando en cuando llega hasta nosotros el rumor. Creemos simplemente hacerle un favor de que es digno, seguros de que no se quejará.

? En las cartas francesas el valet de carreau equivale 'a la sota de copas de los naipes españoles, (N. del T.)

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