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RETRATOS DE MUJERES 275

como padrastro al caballero Renaud de Sévigné, y uno de los bienhechores de Port-Royal-des-Champs, cuyo claus- tro había hecho reconstruir. Murió en 1672*. Madama de La Fayette conoció a Du Guet, quien comenzaba a tener una gran significación como director espiritual de las conciencias, y quien en la decadencia de Port-Royal, no te- nía más que las tradiciones justas e íntimas, sin nada de contencioso ni de estrecho. He aquí algunas de las frases severas que dirigía este sacerdote a la penitente que se las había pedido:

“He creído, señora, que debíais emplear útilmente los primeros momentos del día, durante el cual apenas si se despierta más que para soñar. Ya sé que son pensamientos sin continuidad, y que a veces os esforzáis para no tener- los; pero es muy difícil no depender de nuestros instintos cuando se quiere que ellos sean los dueños y señores. Im- porta pues mucho que os alimentéis con otro pan que no sea el de esos pensamientos sin objeto definido, y de los cuales, los más inocentes son aquellos que simplemente son inútiles. Yo creo que podríais emplear mejor un tiem- po tan tranquilo, que en rendiros cuentas a vos misma de una vida tan larga, de la que sólo os queda una repu- tación cuya vanidad mejor que nadie com; rendéis.

“Hasta aquí las nubes con que habéis querido ocultar a la religión os han envuelto a vos misma. Como con rela- ción a ella debemos examinarnos y conocernos, al afec-

1 Hacia el final, las relaciones de Madama de La Fayette con Port- Royal fueron más directas que lo que yo creía. Leo en una carta de Racine a M. Bonrepaux de 28 de julio de 1693, esto que no ha sido impre- so y que yo transcribo del original (Collection de M. Fueillet de Conches). Se trata de una cena en casa de la condesa de Grammont, en donde se encontraban Madama de Caylus, Cavoye, Valincour, Despreaux y el propio Racine. “Vuestra amiga Madama de La Fayette —escribe este último— nos hizo una impresión muy triste. No había tenido desgraciadamente el Fonor de verla en estos últimos años de su vida. Dios había echado una amargura saludable sobre sus ocupaciones mundanas, y ha muerto des- pués de haber sufrido en la soledad, con una piedad admirable, los rigores de su dolencia muy ayudada por el abate Du Guet y por alguno de los señores de Port-Royal, a quien ella veneraba mucho, lo que ha hecho que la condesa de Grammont, a quien estima considerablemente Port-Royal, cante sus alabanzas...'"