272 MADAMA DE LAFAYETTE
mío, qué bella excusa para no estar más en mi casa, la de depender, la de no tener equipaje aquí, y la de deber mil escudos!”, y se comprenderá cómo no se puede pedir todo a estas amistades que no son únicas y sin subdivisiones, puesto que las más delicadas juzgan así. Después del amor y de la amistad absoluta, sin pensamientos secretos, toda entera y toda ella ocupada, no hay más que la muerte o Dios.
Madama de La Fayette vivió trece años más, y en Madama de Sévigné podemos ver los pequeños detalles de su vida exterior durante estos años desiertos. Una viva unión con la joven Madama de Schomberg despertó cierta envidia entre las antiguas amigas, y esto es lo único que observamos en esta alma que pareciese reanimarla. Acaso por efecto de esta misma necesidad inquieta, después de los primeros meses de la pérdida, hizo agrandar por un lado el jardín de su casa ya muy grande, a medida, ¡ay!, que su vida disminuía. Según parece, para ocupar las horas Madama de La Fayette hizo algunos trabajos de los cuales algunos se han perdido. La Condesa de Tende debe de datar de estos años. En lo que el público y Bussy hicieron más hincapié, acerca de La Princesa de Cleves, había sido la confesión extraordinaria que la heroina hace a su marido. Madama de La Fayette, al imaginar una si- tuación análoga, que trajo consigo declaración tan extraor- dinaria, pensó que la primera quedaría justificada. En La Condesa de Tende consiguió que La Princesa de Cleves tuviese una hermana digna de ella. En las Memorias de la Corte de Francia, los años de 1688-1689, son los más notables por su continuidad, la precisión y lo destrabado del relato. En ellos no hay ninguna divagación ni nin- guna reflexión inadecuada, y están narrados concienzu- damente y con gran exactitud. El autor de tal trabajo era sin duda un talento capaz de asuntos positivos. He citado la frase bastante mordaz sobre Madama de Maintenón a propósito de Esther. Racine, de rechazo, fué juzgado con
