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RETRATOS DE MUJERES 271

mayor ahinco a su dulce unión como a su bien más con- solador y más seguro.

No gozaron de él mucho más tiempo. En la noche del 16 al 17 de marzo de 1680, dos años después de la publi- cación de La Princesa de Cleves murió M. de La Roche- foucauld. “Tengo la cabeza tan llena del dolor y de la extrema afliccion de nuestra pobre amiga —escribe Ma- dama de Sévigné—, que no puedo sustraerme al impulso de hablarte de ella... M. de Marsillac está también muy afligido; pero sin embargo, hija mía, encontrará luego al rey y a la corte, toda su familia hallará un lugar; pero Madama de La Fayette, ¿dónde volverá a encontrar otro amigo igual, parecida dulzura, igual agrado y conside- racion para ella y para su hijo? Está enierma, apenas si sale de su cuarto y a la calle nunca. M. de La Rochetfou- cauld era sedentario también; y este estado hacía que el uno fuese necesario al otro, y nada podría compararse a la confianza y al encanto de esta amistad. Comprenderás que no se puede considerar una pérdida más considera- ble, y que el tiempo puede consolar menos. En todos estos días no he abandonado a esta pobre amiga. Madama de Coulanges también la acompaña y las dos continuaremos consolandola durante cuanto podamos”. Y en cada una de las cartas siguientes: “La pobre Madama de La Fa- yette no sabe qué hacer con ella misma... Tocos se con- solarán menos ella”. Esto le repite Madama de Sévigné de cien maneras, las unas más expresivas que las otras: “Esta pobre mujer no puede arreglar su conducta de manera que llene este vacío”. Madama de La Fayette no intentó llenarlo, pues sabía que nada repara tales ruinas. Ni aun la tierna amistad de Madama de Sévigné le bas- taba. Para convencerse de la influencia de tales amistades leamos la carta de Madama de La Fayette a Madama de Sévigné del 8 de octubre de 1689, tan perfecta, tan im- periosa y tan llana, y leamos después el comentario que Madama de Sévigné hace en una carta a su hija: “¡Dios