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RETRATOS DE MUJERES 269

de la amante, sus cabellos confusamente anudados, los ojos un poco hinchados por las lágrimas y como último trazo, esta vida que fué bastante corta, impresión final casi la- cónica. El estilo es igualmente delicioso, con un lenguaje de una selección exquisita *, con negligencias e irregula- ridades que tienen su gracia y que Valincour no los ha anotado detalladamente sino suponiéndolas observadas por un gramático amigo suyo, y con una especie de ver- gúenza de hacer un reproche directo a la admirable au- tora. Yo no veo más que dos locuciones que han enve- jecido: “El rey no sobrevivió apenas al príncipe su hijo”, y “Milord Courtenay era también amado por la reina María, quien se habría casado con él con consentimiento de toda Inglaterra, sin que conociese que la juventud y la belleza de su hermana Isabel le conmoviera más que la esperan- za de reinar”.

El pequeño volumen de Valincour, que Adry ha reim- preso en su edición de La Princesa de Cleves, es una muestra patente de la critica cortés, tal como los amantes del buen gusto la hacían bajo el reinado de Luis XIV. Valincour, que entonces no tenía más que veinticinco años, no se complacía con la sociedad de Huet y de Segrais. Llegó más tarde y representaba los juicios de Racine y de Boileau. Su malicia siempre atemperada no impide la equidad ni la alabanza, sin evitar la minuc.a y la su- tileza del detalle. Los que atribuían la crítica al Padre Bouhours tenían derecho a encontrar chistoso que el cen- sor reprochase que el primer encuentro de M. de Cleves y de la señorita de Chartres fuese en casa de un joyero y no en una iglesia. Sea como quiera, el conjunto ates- tigua un ingenio legítimo y sutil, irónico pero con hon-

1 Un erítico, que mos complacemos en citar, ha dicho: “Es muy curioso observar cómo, bajo Luís XIV, la lengua francesa en toda su pureza y tal como la escribían Madama de La Fayette, Madama de Sé- vigné y M. de La Rochefoucauld, se componía de un pequeño número de palabras que se repetían con encanto en el transcurso de un diálogo. Se puede decir particularmente del estilo de Madama de La Fayette que es la propia pureza, que es la liguida voz de Horacio.