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RETRATOS DE MUJERES 29

tío y tutor. El padre de Ernesto estaba en las embajadas; el señor de Lirón cree que lo más natural es que su so-

rino pertenezca a ellas; ya está en edad de ingresar, y piensa en uno de sus antiguos amigos, M. de Thiézac, quien a su vez, viéndose en los límites de un prudente celibato, piensa que le convendría Mlle. de Lirón y llega a Cha- maliéres después de haber pedido su mano. Mas, Ernesto está enamorado de su prima; ésta ama también a su pri- mo, pero, más bien es un amor de madre y con gusto le trata como a un hijo. Mile. de Lirón aun siendo aldeana, tiene un espíritu maduro y culto, un carácter firme y pru- dente, un corazón que ha pasado por todas las pruebas: ha sufrido y ha retlexionado. Un año antes de que Er- nesto viniese del colegio a habitar el castillo, parece ser que alguien que Mile. de Lirón amaba murió en un poco de tiempo que estuvo ella ausente; a su vuelta llevó luto y coincidía esta época con la famosa batalla de B... (¿aca- so Bautzen?) en la que perecieron tantos oficiales tran- Ceses.

¿La heroína ha amado ya? ¡Cómo! ¿Ernesto no es el solo, el único? ¿Habrá tenido un rival en el corazón y quién sabe si en los brazos de su encantadora prima? ¡Y si fuese así! Dios mío, ¿qué hacer? El historiador verídico de Mile, de Lirón podría contestar como Mile. de Launay decía de una de sus inclinaciones poco duraderas: “Yo la habría suprimido si hubiese escrito una novela. Yo sé que la heroina no debe tener más que un amor por un solo ser perfecto y para siempre; pero la verdad no es más Que como puede ser, y no tiene otro mérito que el de ser como es; sus irregularidades son a menudo más agrada- bles que la perpetua simetría que se encuentra en las obras de arte.”

Es así, a propósito de irregularidades, que esta pequeña aldea de Chamaliéres, conjunto singular de propiedades particulares, casas, prados, arroyos, castañares y nogales, el todo encerrado entre muros bastante bajos, cuyas sinuo-