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RETRATOS DE MUJERES 259

foucauld me ha dado talento, pero yo he reformado su corazón.

En una carta de su propia mano (inédita) a Madama de Sablé, que también había escrito Máximas, leo: “Me causaríais una gran pena si no me dejáseis leer sus Máxi- mas. Madama Du Plessis me ha hecho sentir una curiosi- dad muy grande por verlas, y precisamente porque son honestas y razonables, es por lo que tengo este deseo, y porque ellas me convencerán de que todas las personas de buen sentido, no están tan persuadidas de la corrupción general de que está persuadido M. de La Rochefoucauld”. Esta idea de corrupción general es la que se aplicó a com- batir en M. de La Rochefoucauld logrando rectificarla. El deseo de alumbrar y dulcificar este noble talento, fué sin duda el atractivo de ella en esta estrecha unión.

El antiguo caballero de La Fronde, agriado y gotoso no era lo que podemos figurarnos por su libro. Había estudiado poco, nos dice Segrais; pero su sentido mara- villoso y su ciencia del mundo, suplían al estudio. Siendo joven se había entregado a todos los vicios de su tiempo y se había retirado de ellos con el espíritu más sano que el cuerpo, si se puede llamar salud a una poca tristeza. Esto no impidió que fuese extremadamente agradable. Era el decoro perfecto y ganaba en estimación a medida que se le observaba más de cerca. Hombre de charlas íntimas, un grado más no le encajaba. Si le hubiese sido preciso hablar delante de cinco o seis personas un poco solemne- mente, le habría faltado la fuerza, y la arenga que era acostumbrada en la Academia francesa le trastornó. En junio de 1672, cuando la muerte de M. de Longueville, la del caballero de Marsillac su nieto y la herida del príncipe de Marsillac su hijo, cuando esta granizada cayó sobre él, nos dice Madama de Sévigné, estuvo admirable a la vez en su dolor y en su energía: “He visto su corazón al descu- bierto —añade— en esta cruel aventura, y está en las pri- meras filas de los que yo he conocido con valor, mérito,