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258 MADAMA DE LAFAYETTE

el conde piense nada, sino que sea uno de mis amigos, y os ruego que no olvidéis quitarle esto de la cabeza que tan dentro lo tiene que me ha hecho olvidar vuestra carta. No es generoso el recordaros un servicio pidiéndoos otro”.

“(Al margen). — No quiero olvidar deciros que he en- contrado al conde de Saint-Paul en un estado terrible de espiritu.” !

Para añadir interés a esta carta recordemos que M. de Saint-Paul, hijo de Madama de Longueville, es proba- blemente M. de La Rochefoucauld visitando a Madama de La Fayette que pasa por ser el objeto de una última y tierna pasión, y a quien querría ser desengañado... o engañado en esto. El estado terrible de espíritu del joven principe iba derecho, segímn me figuro, al corazón de Ma- dama de Longueville, a quien la postdata, y acaso también el resto, fué enseñado en seguida. Esta frase encantadora de la carta y que debieran meditar todos los amores tardíos: “Temo como a la muerte el que la gente de su edad crea que tengo secretos galanteos”, responde exactamente a este pensamiento de La Princesa de Cleves: “Madama de Cle- ves, que había llegado a esa edad en la que se cree que una mujer no puede ser amada en cuanto pasa los vein- licinco años, miraba con asombro infinito el apego que sentía el rey por la duquesa (de Valentinois)”. Esta idea, como se ve, era familiar a Madama de La Fayette. Temía sobre todo inspirar o sentir una pasión en esta edad en que otras las fingen. Su delicadeza era un último pudor.

Yo creo tanto más en que su unión con La Rochefou- cauld no comienza sino en esta época cuanto que me pa- rece que la influencia que ejerció sobre él fué contraria a las Máximas, las que le hubiese hecho corregir y podar, si le hubiese conocido antes, y que La Rochefoucauld mi- sántropo, que decía que no había encontrado el amor más que en las novelas, puesto que nunca le había experimen- tado, no es el mismo de quien ella decía: M. de La Roche-