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254 MADAMA DE LAFAYETTE

creyó fácilmente que Segrais era el autor. Bussy recibió el libro como estando escrito por Segrais y se dispuso a leerlo con placer “pues Segrais —deciía— no puede es- cribir nada que no sea bonito”, y después de haberlo leído lo criticó y lo alabó con la misma persuasión. Desde en- tonces no han faltado personas que han querido mantener sobre Segrais el honor de la paternidad de todo o por lo menos de una gran parte del libro. Adry, que ha dado una edición de La Princesa de Cleves, dejando la cuestión como dudosa, parece inclinarse en favor del poeta.

Pero el digno Adry, que es una autoridad como biógra- fo, tiene el talento un poco esclavo de la letra. Segrais, sin embargo, lo ha dicho bien claramente: “La Princesa de Cleves es de Madama de La Fayette... Zaida, que apareció con mi nombre, es también de ella. Es cierto que yo he tenido alguna participación, pero solamente en la dispo- sición de la novela en la que las reglas del arte están observadas con exactitud”. Es verdad que en otro mo- mento dice Segrais: “Cuando mi Zaida fué impresa, Ma- dama La Fayette hizo encuadernar un ejemplar con una hoja de papel en blanco entre cada página, con el fin de repasarla de nuevo, y hacer correcciones sobre todo en el estilo, pero no encontró nada corregible, y creo que en muchos años ocurrirá lo mismo que hoy”. Es evidente que Segrais, como tantos editores de buena fe, enrojecía un poco cuando se le hablaba de su Zaida. La confusión del autor al editor es cosa bien fácil y patente. Si se trata de una novela o de un poeta que han sido puestos en circu- lación, sus padrinos no aborrecen la sospecha maliciosa, y no la desmienten más que a medias. Y a fuerza de oír su nombre unido a la alabanza o a la crítica, la aceptan más gustosamente. Tantas veces me hablan de Ronsard que me cuesta trabajo no decir mi Ronsard. Además nos sentimos adulados de haber sido portadores de una buena noticia y casi también de una mala. El bueno de Adry, a falta de malicia, se encuentra perplejo ante la frase de