248 MADAMA DE LAFAYETTE
hacer ostentación de su ciencia ni de su latín para no ofender a las otras mujeres. Ménage nos cuenta que un día contestó a M. Huyffhens que le preguntaba lo que era un yambo, que era lo contrario de un troqueo, pero, creed- lo bien, era preciso M. Huyghens y su pregunta, para que ella hablase de yambo y de troqueo.
Perdió a su padre a los quince años. Su madre, buena persona, nos dice Retz, pero bastante vanidosa, se volvió a casar poco después, con el caballero Renaud de Sévigné tan mezclado a las intrigas de la Fronda, y que fué de los más solícitos en salvar al cardenal del castillo de Nantes. Leemos en las Memorias del cardenal a propó- sito de esta prisión de Nantes (1653) y de las visitas que recibía: “Madama de la Verne, que se había casado en segundas nupcias con el cabullero de Sévigné y que vivía en Anjou con su marido, vino a verme y trajo consigo a la señorita de la Vergne que ahora es Madama de La Fayette. Esta era muy bonita y muy amable, y tenía mucho del aspecto de Madama de Lesdiguiéres. Me gustó mucho, y la verdad es que yo le gusté apenas, sea porque no sintiese inclinación hacia mí, o sea por la desconfianza que su madre y su padrastro le habían inspirado desde París respecto de mis inconstancias y mis diferentes amo- res, y que la había puesto en guardia contra mí. Yo me consolé de sus crueldades con la facilidad que me es tan peculiar”. La señorita de la Vergne, que tenía veinte años, no tuvo necesidad más que de su razón, para hacer poco caso al prisionero y a su capricho banal y tan fácilmente consolado.
Casada en 1655 con el conde de La Fayette, lo que hubo probablemente más de acuerdo con su imaginación en este matrimonio, fué el ser cuñada de la Madre Angélica de La Fayette, superiora del convento de Chaillot, antes dama de honor de Ana de Austria y cuyos perfectos amo- res con Luis XIII forman una novela casta y sencilla muy semejante a la de Madama de Cleves. Su marido, después