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26 MADEMOISELLE DE LIRÓN

amante que sobrevivió (pues el amor es quien inspira estos tesoros ocultos), el amante que sobrevivió, se con- sagra a un recuerdo fiel, e intenta en su pena, valiéndose de la armonía y del arte, trasmitir este recuerdo y eter- nizarlo. Entrega a los lectores ávidos de esta clase de emociones, alguna historia un poco alterada; pero que bajo el disfraz de estas apariencias, se conoce que una verdad muy honda le anima. Otras, el amante guarda para él su secreto y prepara para los tiempos en que ya no exista, una confidencia, una confesión que de buena gana titularía, como Petrarca uno de sus libros, Su secreto. Y por último, otras veces es un testigo, un depositario de la confidencia, quien la revela, cuando los protagonis- tas muertos aún conservan el calor de la vida o están ya helados al cabo de los años. Hay ejemplos de todas estas especies entré las produrciones nacidas del corazón; v estas formas de salir a la.-uz son insignificantes y no tienen importancia, con tal de que no ahoguen la verdad y dejen al ojo del alma penetrar hasta el fondo. Si se nos exigiese dar nuestra opinión, diríamos que, aparte la forma ideal, armoniosa, única, en la que un arte divino se apodera del sentimiento humano y lo eleva hasta dibu- jarlo en los cielos, como Rafael pintaba en el Vaticano, como Lamartine hizo para Elvira, aparte de este caso incomparable y glorioso, todas las formas intermediarias perjudican más o menos, según lo que se alejen del deta- lle puro y sencillo de las cosas pasadas. Lo mejor, según nosotros, es sujetarse estrechamente a la verdad, y que el objetivo de no novelar no nos ciegue *, omitiendo algu-

1 “Todas las historias de Astrea tienen un fondo verdadero, pero el autor las ha novelado, si se puede usar esta palabra.” Patru es quien dice esto (Obras diversas, tomo 11), en sus curiosos estudios sobre la obra D'Urfé. El sentido que da a la palabra novelar es el de idealización, de ennoblecimiento y de guintaesencia de las cosas reales, su traducción a la luz de la luna. Así, en lugar de hablar de la impotencia de su hermano mayor, D'Urfé dice que el pretendido amante es una muchacha disfrazada de hombre, y que la enfermedad secreta que cogió por abne- gación la princesa de Condé habla de una belleza que se estropea la cara con la punta de un diamante.