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232 MADAMA GUIZOT

por placer. Que no se crean obligados a compadecerme sin embargo, pues sería tan fuera de lugar como el criti- carme.

“Lo que hice, Abner, he creído deber hacerlo;”

lo creo todavía, y no veo la razón para afligirme con in- convenientes que yo he previsto antes sin asustarme, Us- ted sabe con qué gozo estoy sometida, y con qué esperanza, y usted mismo acaso haya creído que he tomado con orgullo esta resolución cuyo único mérito son los incon- venientes Y puesto que nada ha cambiado, ¿por qué ha- brían de cambiar mis sentimientos?, etc.” He aquí la mujer santamente penetrada de las ideas del deber y del trabajo, tal como la socied:.d nueva la reclama, tal como Madama Guizot será toda su vida desde su salida de los salones ociosos y educados del siglo xvi; y el ejemplo de la mujer enérgica, sensata en las filas primeras de la clase media.

Durante el curso de esta colaboración en El Publicista tuvo lugar un incidente muy conocido, casi novelesco dado las personas de orden y de inteligencia que en él inter- venientes. Y puesto que nada ha cambiado, ¿por qué ha- de la señorita de Meulan. En el mes de marzo de 1807, bajo el peso de nuevos dolores familiares, y de una alte- ración de su salud, se vió obligada a suspender un mo- mento su trabajo. Un día recibió una carta en la que le ofrecían artículos que tratarían de hacer dignos de ella, durante todo el tiempo que durase la interrupción. El autor de la carta no firmada, y de los artículos que al fin aunque con dificultad aceptó, era M. Guizot. Muy joven, obscurecido aún, había oído hablar a M. Suard de la señorita de Meulan, de su situación, y se decidió a es- cribirle. En efecto, se encuentran en El Publicista de estos meses un cierto número de artículos de literatura y de teatro, firmados F. Esta singular circunstancia fué la causa de la unión de estos dos ingenios, mucho más que