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rudo con una broma análoga y sensata: “Es preciso discu- tir, sí, señor; sin esto la vida sería demasiado larga y la vida tiene sus encantos precisamente en ser corta... Para mí es un tesoro su razonamiento contra el discurso... ¡Có- mo, señor mío! ¿La verdad se encuentra necesariamente en uno o en otro extremo? ¡Y esto porque una -afirma- ción no puede ser más o menos verdadera!, etc.” Un de- fensor oficioso de M. Bonald intervino en la polémica, y en cartas dirigidas a El Publicista intentó poner un palia- tivo a la paradoja de su amigo, y vituperar el tono bro- mista usado por el Disputeur. Entonces éste contestó en una última y vigorosa carta que llega a tener acentos elo- cuentes. Después de citar rsta frase antigua de que toda idea que no resiste una broma es por lo menos sospechosa; después de haber recordado a Pascal en Gráce, a Boileau en Amor de Dios y a Laharpe riendo él mismo de Les Theophilanthropes, la señorita de Meulan lanza a sus ad- versarios el argumento de que creían ver en esta disputa un peligro para las ideas religiosas: “Vosotros tratáis en los periódicos de cosas que no queréis que sean tratadas a la manera de los periódicos. ¡Habláis de religión! ¿Quién no puede hablar como vosotros? Un hombre podrá ser el oprobio de la literatura y ser el sostén de la religión; ¡los amigos de la religión le aplaudirán! Y, además, pa- recerá que siendo muy afortunada, pues encuentra defen- sores, la abandonan en las manos de quienes se dignan servirla. No, señores; deberéis eludir estas discusiones que no son propias de la multitud, y guardarlas para asilos más inviolables y para vías más incorruptibles”, ete., ete., hasta el final de la carta. El combate en la vida de esta alma, revivía ante la pasión por la verdad y al calor de la razón.
No será difícil suponer que entonces se hablaba mucho de los artículos de la señorita de Meulan y en diversos sentidos. Un talento tan alto, una franqueza de pluma que encuentra campo fácil en todas las materias, no des-
