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tan en boga, el crítico discute la mezcla de lo cómico y lo trágico. Ningún falso escrúpulo, ninguna tradición su- persticiosa estorba a su sagacidad en este delicado examen. No trata las cosas ni por el lado pintoresco, ni por el contraste dramático, y no examina, según yo, los recursos infinitos del talento y del arte, pero en cada palabra se ve a una persona de ideas, de gusto sano e ingenioso, sin prejuicios, derecho al fondo, y racionalista clarividente en toda materia.
La Capilla de Ayton, que apareció poco después de las Contradicciones, y que ofrece muy poco interés novelesco, me parece tener mucha menos significación como princi- pio y como presagio del género futuro del autor. La se- ñorita de Meulan, que traducía una novela del inglés, Emma Courtney, se decidió a continuarla a su manera y por su cuenta. Entonces estaban muy en auge las novelas inglesas con muchos acontecimientos y muchas emociones. Nuestra joven escritora. intentó hacer esto y lo logró con éxito, pues su imaginación la ayudó en esta trama bastante real y llena de ternura. Si se compara con la mayor parte de las novelas de entonces la Capilla de Ayton parecerá muy razonable, muy sobria de exaltación y exenta de la sensiblería de entonces. La autora siempre sensata domi- na sus personajes, sus situaciones, las detiene, las prolonga o las anima a su gusto, y así ocurre que se presiente de- masiado el artificio y la ausencia de la realidad vista o experimentada. Encantadoras escenas domésticas y fami- liares, y la continuidad del carácter de los personajes, atestiguan esta facultad dramática, esta ciencia de pre- tensión en la escena y de diálogo, de que Madama Guizot hace las pruebas en otras muchas obras, en sus Cuentos, en el Colegial y hasta en las Cartas sobre la educación. Y es que en un grado moderado y en los límites de moralista, tenía imaginación e inventiva; sus pensamientos en lugar de permanecer en estado de máximas entraban de buen grado en juego en su ingenio. Sabía hacer vivir y accio-