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RETRATOS DE MUJERES 215

la página veinte, las reflexiones sugeridas son infinitas, y ya ha hecho un volumen a propósito de aquella lectura. La crítica literaria no es nunca para el talento moralista más que un punto de partida y una ocasión más de reve- larse. Al asistir a la representación teatral no dice sola- mente: “Esto es bueno o es malo, me he divertido o abu- rrido”; entabla un diálogo consigo mismo, y ve a los caracteres; no duda desde el punto de vista teatral, sino desde el de la realidad de la vida. Así Tartufo hace con- cebir a Onufro.

El moralista va así, con interés, pero sin prisa, sabiendo y anotando cantidad de cosas sobre cantidad de motivos. En cuanto a las leyes metafísicas no se aventura nunca en ellas, pues como tiene más tacto que doctrina, se atiene al hombre civilizado y a los accidentes sociales, para sus fallos a ciertos aspectos para él manifiestos, seguro de que las cosas justas no pueden nunca contrariarse entre ellas. La Bruyére me parece el modelo del moralista con- cebido así. Tenemos, según dicen, libertad de prensa; pero ¿es que un libro como el de La Bruyére se encontraría a salvo entre nuestras costumbres? El pobre autor sería maldecido, me figuro yo, cuantas veces saliese de las má- ximas. Los gentileshombres de Versalles comprendían las chanzas mejor que varios de nuestros soberbios r.»dernos. Hay otra razón fundamental para que La Bruyére no encaje en nuestros días, y es que no se sabe lo que son ciertos defectos que el moralista, que ve con sus ojos penetrantes, pone de relieve con su sagacidad. Una pa- labra, por ejemplo, que no se dice casi nunca, y de la que vivían antes los moralistas, los satíricos y los có- micos, la palabra tonto, y es que hoy casi no es defecto, y la tontería, un poco de tontería en unión de un poco de talento es casi un arma para triunfar. Un poco de tontería con un poco de talento viene a ser lo que un cartel que dijera: Mirad qué grande cualidad poseo. Y hoy vivimos en una época en la que el público prefiere que le enseñen