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ba la malicia humana, contra la cual le excitaban su gota y sus ojos malos. Los que conocieron la Maldad pronto y que después fueron estoicos y sombríos soña- dores a los veinticinco años, al continuar viviendo se hacen más indulgentes, o cuando menos, más indiferentes. El autor de Werther, si en algún momento se ha parecido a su héroe, sería una buena prueba de esta apacibilidad gradual, de la que se podrían citar otros ejemplos más incontrovertibles. Pero los espíritus esencialmente críti- cos no tienen necesidad, la mayor parte de las veces, ni de grandes desengaños ni de experiencias directas para llegar a desarrollarse totalmente; son críticos y moralis- tas por instinto, por facultad innata y no por convenci- miento posterior. Boileau 20 tuvo necesidad de experi- mentar vivas pasiones ni de atravesar torrentes amargos para escribir sus versos incisivos y discretos. A pesar de lo que se sabe de la vida de La Bruyeére, yo no sé que tuviese necesidad de grandes pruebas personales para leer en los corazones. Esta facultad, este don de ver aparece en seguida en aquellos que están dotados de él y Vauve- nargues se nos mostró desde muy temprano un hombre prudente. En esta familia seria e ilustre que desde La Rochefoucauld y La Bruyére se continúa hasta Vauvenar- gues y Duclos, Madama Guizot es la última, sin que todavía sea bastante estimada a este título.
El moralista, propiamente hablando, tiene una facul- tad y un placer de observar las cosas y los caracteres, y puede penetrarlos y profundizarlos de cualquier mane- ra que se presenten. Para él no hay teoría, ni sistema, ni método: le guía la curiosidad práctica. Así toda persona y toda sociedad son materia de observación. Su placer es mirar en derredor suyo y descubrir la verdad bajo cual- quier forma. Para un individuo cualquiera, sí un perso- naje es enojoso o insignificante, bien: pronto queda defi- nido por el espíritu crítico. Al leer un libro, en el pre- facio conoce al autor, entra en su pensamiento, y en