RETRATOS DE MUJERES 207
la una para la otra todo un mundo. Vuelven a amarse con vehemencia; pero es ya como un nuevo avance, y ya sabemos que en el camino del amor, como en el de la virtud, se retrocede en el momento en que no se avanza, y la misma Madama Roland es quien ha dicho esto. La hermana mayor de Sofía, Enriqueta, viene a pasar algún tiempo en París, y forma el tríptico en aquella amistad. Su vivacidad de imaginación y su alegría perjudican a la languidez de su hermana pequeña. Enriqueta entra en la intimidad y ya las cartas son para las dos. También Monsieur Roland comienza a parecer raro y austero. Todo esto no deja lugar al esparcimiento y aun mucho menos a las pequeñas luchas domésticas. La correspondencia avanza, pues, como la vida: sin unidad.
Al mismo tiempo, el talento del escritor gana; la mu- chacha, hecha mujer completa, es dueña de su pluma como de su alma, y la frase y el pensamiento funcionan según su deseo. Y aquí es donde yo hubiese querido que el editor hiciese algunos cercenamientos. Concibo las difi- cultades y los escrúpulos cuando se tienen en las manos materiales tan ricos; pero me parece que importaba al interés de la lectura conservar unidad, evitar lo que no es sino intervalos y, sobre todo, teniendo las Memorias a la vista, suprimir todo aquello que fuese dupl'cata.
Una postdata de esta Correspondencia que debemos al editor, es muy digna de ser el final y su corona. Acabo de nombrar a Enriqueta, la hermana mayor, la segunda y más íntima amiga. Era en 1793; muchos años de ausen- cia y de acontecimientos políticos habían entibiado, si no borrado, la amistad, y Madama Roland cautiva en Santa Pelagia, esperaba su sentencia y el patíbulo, Enriqueta corrió a salvarla; quiso cambiar sus ropas con ella y que- dar prisionera en su lugar: “Pero te matarían, mi buena Enriqueta”, le replicaba la noble víctima, sin consentir jamás.
Independientemente de la novela que yo he querido