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RETRATOS DE MUJERES 23

juzgado acertadamente, analizado y admirado, que sería difícil encontrar hoy un elogio que fuese a la vez nuevo y adecuado; y, por otra parte, no estamos propicios a re- juvenecer de nuevo los lugares comunes de los críticos. Nos bastará una sola observación: se pueden achacar los grandes y bellos estilos del siglo de Luis XIV a dos procedimientos diferentes, a dos maneras de hacer opues- tas. Malherbe y Balzac fundaron en nuestra literatura el estilo sabio, castigado, pulido, trabajado, en cuyos co- mienzos se llega del pensamiento a la expresión, lenta- mente, por grados, a fuerza de intentos y de tachaduras. Este es el estilo que Boileau aconsejó siempre; quería que rehiciesen las obras veinte veces, que se las puliese y volviese a pulir sin cesar; él mismo se vanagloria de haber enseñado a Racine a hacer difícilmente versos fá- ciles. Racine, en efecto, es el más perfecto modelo en poesía y Flechier fué menos afortunado en su prosa. Pero al lado de este género de literatura, siempre uniforme, académico, está el otro por el contrario libre, caprichoso y móvile, sin método tradicional y de acuerdo con la diversidad del talento y del alma. Montaigne y Regnier habían dado ya admirables pruebas, y la reina Margarita una encantadora en sus memorias de familia, obra de algunas horas después de los diners. Es el estilo abando- nado, de ancho cauce, abundante, el que sigue más pro- ricio a las ideas, un estilo de primera intención y que salta de la pluma para hablar como Montaigne o el de La “Fontaine y el de Moliére, el de Fenelón, de Bossuet, del duque de San Simón y de Madama de Sévigné. Esta últi- ma los sobrepasa en esto: dejar trotar su pluma con la brida al cuello, y en el camino esparce con profusión co- lores, comparaciones, imágenes, y el ingenio y el senti- miento se desbordan por todas partes, Fué así, sin que- rerlo y sin darse cuenta, uno de los escritores de primera fila de nuestra lengua. “El sólo artificio que yo me atrevería a sospechar en