204 MADAMA ROLAND
en la casa en ocasión de la muerte de la madre de Madama Roland; M. Phlipon se preocupaba poco de él y hubo que rogarle que moderase sus visitas. Estos eclipses y esta poca claridad que le rodeaba contribuyeron en su favor. La joven heroína, que ya he comparado con un personaje de la Nueva Eloísa, había llegado a parecerse mucho a alguna amante de Corneille, cuando pensaba en el virtuo- so y sensible ausente. La Blancherie, a quien no tiene ocasión frecuente de ver, se halla en un funeral del ani- versario de la muerte de Madama Phlipon, y entonces exclama la muchacha: “Imagínate —escribe a su amiga— todo lo que podía inspirarme su presencia en semejante ceremonia. Me avergoncé por estas lágrimas adúlteras que brotaban a la vez por mi madre y por mi amante... ¡Cie- los! ¡Qué palabra! Pero, ¿realmente había razón para avergonzarme? No; segura de la rectitud de mis senti- mientos, te he tomado a ti por testigo, ¡sombra querida y sagrada!” Se ve que el tono a que se remontaba es el de la escena sublime:
¡Adiós, muy desgraciado y muy perfecto amante!
Y luego, como Paulina, habla de la sorpresa de los sen- tidos a la vista de La Blancherie; pero ya se sabe que no existe tal sorpresa, puesto que todo está relacionado con el sentimiento inspirado. El primer desencanto que tuvo fué en el Luxemburgo, en donde encontró a su amado con una pluma en el sombrero. ¡Un filósofo con pluma! Algu- nas ligerezas que contaron de él contribuyeron a compro- meter el ideal. Finalmente, ocho o nueve meses después del encuentro en la iglesia cayó la careta; cuando le juzga, o cree juzgarle, escribe: “Tú no sabes qué raro me ha parecido; sus facciones, aunque son las mismas no tienen la misma cosa que antes. ¡Oh, qué poderosa es la ilusión! Le estimo mucho más que a los demás hombres, sobre todo de los de su edad; pero ya no es el ídolo de perfec- ción, ya no es el primero de su especie; en una palabra, ya no es mi amante; esto es decirlo todo”. Estos párrafos,