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RETRATOS DE MUJERES 203

y la abuela dirá por todos: “Si tuvieses un marido e hijos, esa amistad desaparecería y olvidarías a la señorita Can- net”. Y la muchacha, contando esta escena, se rebela con- tra los que tal piensen. “Me sorprende ver cómo la gente considera la amistad como un sentimiento frívolo o qui- mérico. La mayor parte se imagina que el más pequeño afecto de otra especie alteraría o borraría la amistad. ¿Crees tú, Sofía, que la nueva situación rompería nuestra amistad? Esta palabra romper es muy dura; pero, ¿por qué, ¡oh jovencita! tu amistad parece exaltarse en estos momentos en que tienes una preocupación más dulce que embarga tu corazón? ¿Por qué el día en que volviste a ver a ésa cuyo nombre no quieres citar, el día en que leíste las pruebas de un libro virtuoso que él había escri- to, el día en que creíste descubrir en él si no un Rousseau, cuando menos un Greuze, por qué acababas tu carta a tu amiga tan apasionadamente? Recibe las lágrimas emocio- nadas y un beso ardiente que pongo en estas líneas”. ¿De dónde viene ese beso ardiente que aparece de pronto y por primera vez? ¿La amistad virginal no cambia? ¿Y por qué, en fin, cuando más tarde la nueva situación se define decididamente, cuando el matrimonio, si no hijo de la pasión, del razonamiento, puso fin a sus sueños, por qué la última carta de la correspondencia que le=mos es precisamente la de participación de tal suceso? La abue- la, en su oráculo de La Bruyeére iba un poco lejos sin duda; pero, ¿no tenía un poco de razón?

Este sentimiento que inspiró La Blancherie, si no me- rece en absoluto el nombre de amor, y si no es en absoluto la idea que se podría formar de-tal pasión en tal alma, pasa los límites de un simple interés, y es muy natural que Madama Roland en sus Memorias juzgándole de lejos, trate de desvirtuarlo, pero aquí le podemos observar en toda su fuerza. Lo que le sirvió notablemente a La Blan- cherie en los comienzos, fué que se le veía poco y sólo por apariciones. Estaba con frecuencia en Orleáns, reapareció