202 MADAMA ROLAND
con los atributos de su profesión, como hacen los turcos en el teatro en cierta ceremonia célebre, resultaría un abigarramiento singular. Pero, al fin, no bromeó siempre, y ese momento de seriedad, tierno, no muy violento ni tempestuoso, pero, no obstante, muy bello, es el que trai- ciona la Correspondencia.
Ha hablado mucho en sus Memorias de La Blancherie, especie de escritor y de filósofo que incurrió pronto en la insipidez y en la manera filantrópica. Le juzga desde un punto de vista muy alto y, por último, exclama: Echemos al fondo este personaje. Pero antes de ser ahogado, había sabido hacerse amar, y nada probaría mejor que no hay en el amor nada más que lc que en él se pone, y que el objeto de la llama es casi en realidad nada. La muchacha enérgica, sensata, de imaginación, recta y severa, distin- gue desde el primer día a un ser que es el conjunto de todas las insulseces y de todas las tonterías en boga, y cree encontrar en él al tipo seductor de su sueño. Y es que La Blancherie, joven prudente, amigo de Greuze, con sus versos, sus proyectos, sus consejos de moral a los pa- dres y madres de familia, representaba precisamente en su flor, el lugar común del romántico filosófico y senti- mental de aquel tiempo, y el romanticismo en el corazón de una muchacha, aun cuando ésta haya de ser Madama Roland después, tiene aunque sólo sea una sola vez, mu- chas probabilidades de éxito. Las cartas de Safía se re- sienten bien pronto de este acontecimiento interior; la postdata a ocultas de su madre es cada vez más larga y el pequeño gabinete ya no le parece seguro y teme ser sor- prendida. “Nada de respuesta, a menos que sólo sea inte- ligible para mí. Adiós; el corazón se sobresalta al menor ruido, y tiemblo como un ladrón”. ¡Con qué impaciencia y con qué angustia son esperadas las respuestas! Si estas cartas tan deseadas llegasen durante la comida de la fa- Milia, tendrá que abrirlas delante de todos y, olvidando que no está sola, llorará, y entonces los padres sonreirán,