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RETRATOS DE MUJERES 195

veinte años existe en toda su integridad y en toda su gra- cia. Entonces es cuando llevamos dentro al héroe de Plu- tarco, a nuestro Alejandro. A medida que crece y que se hace más visible para los demás, se pierde para sí mismo; cuando los demás pueden apreciarlo (¡verdad horrible!), ya ha desaparecido. Franqueza, abnegación, fidelidad, va- lor, todo esto conserva sus respectivos nombres, pero ya los merecen poco. Toda alma, al avanzar, sufre el menos- cabo de que es capaz. “Todos los hombres, ha dicho el noble y bondadoso Vauvenargues, nacen sinceros y mue- ren hipócritas”, y le hubiera bastado para expresar su pen- samiento decir que mueren desengañados. Al menos, aun entre los mejores, lo que se llama progreso de la vida es bien inferior al ideal de la juventud. Así, pues, somos dichosos cuando encontramos ese primer retrato de per- sonajes que llegaron después a la celebridad y cuando el azar nos depara el espectáculo de lo que fueron en ese momento único y selecto, en ese capullo, en esa hora ador- nada, que decían los griegos. Todo lo demás que en ellos vemos tiene más o menos anacronismos.

Madama Roland pareció, seguramente, más grande más tarde; pero ¿fué más prudente, más honda, más atrayente entonces que en esas horas de íntimo e ingenuo esparci- miento? ¡El drama público le costó muchas es-enas pri- vadas! El cuarto acto se estropeó mucho; pero el quinto lo reparó todo, afortunadamente, y la aureola del patíbulo cubrió los errores. Pero aquí no vemos más que sencillas escenas de sus comienzos, una exposición irreprochable y conmovida de hechos.

Madama Roland habría podido vivir bajo este aspecto hasta el fin, aunque realmente no cambió mucho. Sus amigos, aun sintiendo por ella misma que este campo fue- se muy estrecho, no habrían pensado nunca en la idea de transportarla a la esfera huracanada donde tan amplia- mente vivió y murió triunfante. Y, sin embargo, fué siem- pre la misma, pues su naturaleza moral era tan completa,