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RETRATOS DE MUJERES 189

cuando critica con una sonrisa de superioridad a los discí- pulos de Jesús. Escribiendo, a imitación de Juan Jacobo, sobre ciertas particularidades que la mujer cuida de ocul- tar, se complace con una especie de buen humor estoico y de desdén para con los sexos, en alusiones menos castas que ella, que era la castidad misma. Estc le hace encontrar bonitas y de buen gusto las novelas de Louvet. Estos pe- queños descarrios filosóficos no podían anular la perfecta gracia que las relaciones revolucionarias no han podido nunca marchitar.

El estilo de Madama Roland es más fuerte, más conciso, más neto que el estilo de Madama de Staél; pero la dife- rencia que entre las dos existe es debida al carácter, a las costumbres, a la educación de ambas escritoras, y a que Madama Roland tenía diez años más que Madama de Staél. La primera escribió mucho en sus retiros solitarios sobre toda clase de asuntos, llegó a ser conocida en su madurez y sus escritos a la ligera son testimonio de una pluma muy ejercitada y de un talento premiso que sa- bía expresarse con facilidad. Probablemente, Madama de Staél, ante las mismas Asambleas, se habría expresado con menos calma y serenidad, y la emoción le impediría hablar. La una, como una dama romana, acomodando la modestia con el orgullo, escondía bajo los pliegues de sus vestiduras el estilete y las tablas de cera. Delfina, palpi- tante y cuyo seno se hincha de exaltación, como un poco mujer del Norte, no temía mostrar su arpa y que flotasen las cintas que le servían de adorno. Y no obstante, Mada- ma Roland obedece a la misma inspiración que esta otra hija de Juan Jacobo: “Cualquiera que sea el fruto de la observación y de las reglas de la filosofía —escribe Ban- cal—, yo creo en un guía más seguro para las almas sanas: en el sentimiento”. Como Madama de Staél, lee a Thom- son con lágrimas, y si más tarde en su vena republicana se apega o Tácito y no quiere más que a él, ¿el autor repu- blicano de La Literatura no se alimentaba con las Cartas