184 MADAMA ROLAND
los afectos, el encanto de la amistad que los embellece y aun los perfecciona”. Las cartas del 24 y del 26 de enero de 1791 a Bancal, que entonces estaba en Londres, en las que intenta consolarle de la muerte de su padre, merecen un lugar al lado de las más elocuentes efusiones de una fuerte filosofía, pero llena de sensibilidad. Cicerón y Sé- neca consolaban mucho más que ella con lugares comunes, con consideraciones vagas y más medianamente sensibles. Marco Aurelio, si hubiese sido más estoico se habría entre- gado menos al dolor, pero me figuro que el yerno de Agrí- cola, si hubiese tenido que consolar a un amigo por la muerte de su padre, lo habría hecho en términos a la vez viriles y compadecidos, sobriamente apropiados a una realidad seria.
A quien leyese superficialmente esta correspondencia, podría escapársele uno de los detalles más interesantes. Pasa, en efecto, se anuda y se desata entre Madama Ro- land y Bancal durante estos dos años, una especie de novela de corazón de la que, a través de las distracciones de los grandes acontecimientos y de las discreciones de lenguaje, podemos seguir aquí y allá sus trazas. Bancal, desde el comienzo de la unión, parece que se halla muy vivamente atraído. Se ve, por una broma amable que le dedica Madama Roland, que sus relaciones no eran debi- das a la Revolución, que habrían existido lo mismo sin las circunstancias patrióticas, y que estaban como fatal- mente predestinados a una mutua amistad: “Eran lazos secretos, eran simpatías”. Durante una de sus permanen- cias en La Platiére, hacia septiembre de 1790, este atrac- tivo había arraigado más aún, y un día tuvo lugar una conversación en la que no pudo ocultar a su amiga los sentimientos de turbación que abrigaba en su alma. Luego escribió una carta común a M. y a Madama Roland; pero ésta, a quien su marido se la envió, interpretó algunas frases de una manera particular, y se aventuró a escribir, desde el campo y a escondite de M. Roland, una carta el