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166 MADAMA ROLAND

las dificultades, los fracasos, los desengaños desde hace cuarenta y seis años hasta el día, consideran el programa de entonces como una grande y generosa ilusión de nuestros padres, como una herencia prometida, pero que disminuye sin cesar, y de la que apenas queda la cuarta parte. Entre esta disminución poco valiente y la exageración de los otros, está el medio a que debemos atenernos. Sin duda, si la mayor parte de los autores, de los héroes de la Revo- lución volviesen por un momento a convivir con nos- otros, si viesen lo que ellos pagaron con su sangre, son- reirían piadosamente, a menos que la edad hubiese en- friado sus antiguos ardores y tranquilizado la sangre en sus venas, Sin embargo, hemo: obtenido grandes resulta- dos visibles de bienestar, ya que no de gloria; la igualdad en las costumbres, ya que no en la grandeza de las accio- nes; el goce de los derechos civiles, ya que no de los po- líticos; la facilidad de ocuparse en industrias y en otras aplicaciones del talento, ya que no la consagración de to- dos los talentos al interés general de la patria. Para nos- otros, que adoptamos y disfrutamos estos resultados, si bien vemos lo que es la miseria a un precio que valía lo que habíamos soñado, que creemos en un perfeccio- namiento social, seguramente muy lento y muy difícil a causa de los defectos de todos, constantemente nos vol- vemos a mirar al horizonte en donde brilló espléndida nuestra aurora, hacia aquellos nombres tan a menudo invocados cuyos ejemplos y virtudes esperamos ver re- producidos. Mas los tiempos son otros; los deberes han cambiado, las aplicaciones directas que se creían lograr fueron engañadoras. Al menos, en esta hornada caliente de nuestra primera Revolución, hay al lado de los des- pojos deformes y abyectos, admirables estatuas, que bri- llan espléndidamente. Mantengamos relaciones con estos personajes, preguntémosles sus pensamientos, que elevan nuestras almas; admirémosles por lo que han tenido de heroico y de desinteresado, como a esos grandes caracte-