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RETRATOS DE MUJERES 159

melodías de los primeros. El sentimiento que hizo nacer en M, Roca le devolvió aun en esta época un poco de la ilusión de la juventud, y se complacia en mirar en el espe- jo mágico de dos ojos jóvenes seducidos por falsas apa- riencias el mentís a muchos temores. Pero su matrimonio con M. Roca, lleno de heridas, el culto de agradecimiento a que se consagró, su propia salud alterada, contribuyeron a que sus actos fuesen más regulares. La música escocesa, la música alegre del principio, fué bien pronto un himno santificado, austero. Faltaba que la religión penetrase des- de entonces más en su vida, no solamente en la teoría sino también en la práctica. Más joven, menos acabada, le había bastado ir en ciertas horas de tristeza al otro lado del parque, a la tumba de su padre, a entablar una conver- sación mística con Benjamín Constant y con M. de Mont- morency. Cuando la vida avanza, una vez perdido todo consuelo contra los sufrimientos positivos y crecientes, cuando todo falta y todo se marchita de día en día y se descolora, y las inspiraciones pasajeras no se mantienen, se siente necesidad de una creencia más firme, y Madama de Staél no la buscó sino en donde la podía encontrar, en el Evangelio, en el seno de la religión cristiana. La incons- tancia de algunos amigos, el abandono, las mezquinas ex- cusas, los temores disfrazados al daño del pecho de los otros, habían tenido una gran influencia en su corazón y la habían contristado. Se veía envuelta en un contagio fatal que ella comunicaba a los seres más amados y en- tonces se exaltaba al pensar en los peligros. “Yo soy el Orestes del destierro”, exclamaba ante los amigos íntimos que se mostraban abnegados con ella. Y añadía: “Estoy en mi imaginación como en la torre de Ugolín.” En el espacio demasiado limitado de Coppet y, sobre todo, en su imaginación terrible, quería a la fuerza dominar al aire libre, el espacio inmenso. El prefecto de Ginebra, M. Ca- pelle, que había sucedido a M. de Barante, le insinuó que escribiese algo sobre el rey de Roma: una palabra le habría