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156 MADAMA DE STAÉL

mujer francesa que lo arregla y lo calienta todo, es uno, como lo era Madama de Vernon. En secreto la llamaban Madama de Flahaut, como asimismo se sabía también de qué elementos diversos se componía la noble figura de Osvaldo, que la escena de la despedida tenía mucho de realidad y que la desesperación de Corina durante la au- sencia recordaba otra desesperación.

Aun siendo así, a pesar de lo que hay en Corina de charlas y de copia de la sociedad de aquella época, no es precisamente en este libro en el que se puede reprochar a Madama de Staél falta de consistencia y de firmeza en el estilo, ni aglomeración desordenada de pensamientos. Se ha apartado por completo, para la ejecución general de este libro, de la conversación ingeniosa, y de la improvisa- ción escrita, como hacía algunas veces (stans pede in uno) de pie y apoyada en el ángulo de una chimenea. Si aun hay imperfecciones de estilo, es debido solamente a extra- ñas causas. He visto en un ejemplar de Corina, anotados con lápiz, una cantidad prodigiosa de pero que hacen mo- nótonas las primeras páginas. Sin embargo, un cuidado muy atento preside en todos los detalles de esta soberbia obra. El escritor ha llegado a la majestad mantenida, al nombre!.

El libro De la Alemania, que no apareció hasta 1813, en Londres, estuvo para publicarse en 1810 en París. Estaba sometido a los censores imperiales, como Esmenard, cuan-

2 Al principio de una reimpresión de Corina, en 1839, añadíamos: “A medida que el tiempo pasa el interés que despertaron estas obras subsistentes y duraderas puede variar, pero nunca podrá disminuir, Sus defectos llegan a ser pinceladas que tienen sus encantos, como la expre- sión de un buen gusto que pasó, pero que volverá a reinar, Algo ha pere- cido entre lo que aún vive; y ese tinte de tristeza encaja bien en la admiración. Encajará mejor en este momento en el que un reciente re- cuerdo fúnebre acompaña a esta figura inmortal de Corina, y cuando se plensa inevitablemente al hablar de Madama de Stágl que acaban de levantar una tumba. Este libro, que la muerte de un padre envió a me- ditar a Italia, este libro que apenas tiene treinta años, ha visto ya amor- tajar a Madama de Staél, a su hija y a su hijo. Se puede volver a leer en presencia de la idea de muerte, pues si no dice el verdadero misterio de las cosas de la vida, por lo menos todo lo que hay en él es bueno, bello y generoso”.