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RETRATOS DE MUJERES 155

ser.” Casi todos los novelistas poetas pueden decir lo mis- mo. Corina es, respecto de Madama de Staél, lo que ella hubiera querido ser, lo que después de todo (y salvo la diferencia del arte a la dispersión de la vida) ella ha sido. De Corina no ha tenido tan sólo el Capitolio y el triunfo; tendrá también la muerte por sufrimiento.

Esta Roma, este Nápoles que Madama de Staél pintaba a su manera en su novela-poema Corina, M. de Chateau- briand los describía bajo el mismo aspecto en la epopeya de los mártires. “En ésta no se interpone ninguna nube de Germania, y entramos con Eudora en la juventud antigua, encontrando en todas partes la sobriedad viril del dibujo, la sencillez espléndida del pincel. Al comparar las dife- rentes maneras de sentir y de pintar Roma desde que Roma ha comenzado a ser una ruina, no encontramos otro trabajo más docto e ingenioso que el de M. Ampere!,

¡Roma! ¡Roma de los mármoles, de los horizontes y de los grandes recuerdos, tú debieras prestar apoyo a ideas menos efímeras! E

Una persona de talento escribía: “La poesía que jamás me enamora es la que existe en Roma; o se vive con ella, o no se la comprende en absoluto.” Corina no es más que una variedad del culto romano, de ese sentimiento de la Ciudad Eterna con sus distintas épocas y sus diferentes almas.

Una parte encantadora de Corina, mucho má.: encanta- dora porque no tiene la pretensión de serlo, es aquella en que despunta el ingenio en la conversación por boca del conde de Erfeuil, y en la que vemos asomar a la sociedad francesa. Madama de Staél vitupera a esta sociedad dicien- do que no hay en ella nada de interesante; pero entonces es cuando la autora, sin darse cuenta, está más dentro de ella. Puede decirse que lo que Madama de Staél sabe expresar mejor es lo que con más frecuencia desdeña, Co- mo en Delfina, hay retratos: Madama de Arbigny, esta

1 Revue des Deux Mondes, 1835, tomos II y IIL