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154 MADAMA DE STAÉL

distracción brillante una mayor ocasión de conquistar los corazones: “Buscando la gloria, dice a Osvaldo, siempre esperé que ella me haría amar.” El fondo del libro nos demuestra esta lucha de potencias, noblemente ambiciosas o sentimentales y de felicidad doméstica, pensamiento cons- tante de Madama de Staél. Corina tiene a gala resplan- decer por instantes como la vestal de Apolo, le gusta ser, en los casos habituales de la vida, la más sencilla de las mujeres, una mujer alegre, movida, abierta a mil atracti- vos, capaz sin esfuerzo del más gracioso abandono; a pesar de todos estos recursos externos e internos no escapará a sí misma. Cuando se siente presa por la pasión, por esta garra de buitre bajo la cual la felicidad y la independencia sucumben, me gusta su impotencia para consolarse, me gusta su sentimiento más fuerte que su genio, su invoca- ción frecuente a la santid 1d de los lazos que sólo impiden los bruscos desgarrones, y oírla en el momento de morir, confesar en su canto de cisne: “De todas las facultades del alma que debo a la naturaleza, la de sufrir es la única que he ejercido completamente.” Este margen pro- longado de Delfina a través de Corina me seduce princi- palmente y me interesa en su lectura; el admirable cuadro que rodea por todas partes las situaciones de su alma ar- diente, móvil, severa por añadidura. Estos nombres de amantes, no grabados ahora, sobre la corteza de cualquier álamo, pero inscritos en las paredes de las ruinas eternas, se asocian a la grave historia y se convierten en una parte viva de su inmortalidad. La pasión divina de un ser que no puede creerse imaginario, que se deslizó a lo largo de los antiguos circos, otra víctima que no se olvidará jamás; el genio que la creó es un vencedor más y no el más pequeño de esta ciudad de todos los vencedores. Cuando Bernardino de Saint-Pierre se paseaba con Rousseau, como le preguntase un día si Saint-Preux era él mismo: “No, respondió Juan Jacobo; Saint-Preux no es del todo lo que yo' he sido, sino lo que hubiera querido